30.10.11

Crónica italiana: 5. Dile

(Capítulo anterior: 4. Sálvame
Primer capítulo: 1. Cuestión de tiempo)
una historia italiana: dile
Puente Vittorio Emanuele II. Roma - Italia (©Settemuse.it)

Daniela conversaba y fumaba con unos colegas afuera del edificio de la empresa. Estaba más tranquila. El fin de semana había decidido dejar apagado su celular, no encender la laptop y aceptar la invitación de una amiga para estar en la casa de campo de sus padres, a una hora y media de Milán. Se sintió muy a gusto, no se veían hace mucho tiempo y el sábado por la noche, luego de varias copas de vino, le contó entre lágrimas lo de Mariano. Le hizo bien desahogarse, recibir un abrazo, sentirse querida.


21.10.11

Mientras sueñas

La distancia entre un beso
y mis abrazos no la contamos
que cuando de ello más pensamos
nos alejamos

pero confieso

Que al pensar en ti
siento conmigo tu perfume
tu piel dorada sobre mi
aunque el silencio cruel me abrume
me hará más fuerte
salvar palabras y las ganas
para al volver a verte
tocar la luna entre las sábanas

Abre los ojos, corazón
mírame adentro
mantén esa sonrisa de emoción
por nuestro encuentro
que mientras sueñas
con tulipanes cayendo
cual gotas pequeñas
de un cielo abierto
yo estoy despierto
volviendo tu recuerdo en poesía

Hasta que nos llegue el día
que tras un beso interminable
me perdones los momentos que perdí
diga qué tanto me faltaste
que eres lo que siempre pedí

16.10.11

Crónica italiana: 4. Sálvame

(Capítulo anterior: 3. Nos vemos en Roma
Primer capítulo: 1. Cuestión de tiempo)
sálvame
Castello Sant'Angelo. Roma - Italia

Mariano revisó su celular, intuyendo lo que podría haber provocado la actitud de Daniela. Efectivamente la llamada contestada de Francesca, su ex novia, estaba registrada. “Qué mierda le habrá dicho a Daniela esta loca” – murmuraba mientras marcaba el número.

-         Hola amor, te sigo esperando, ¿Por qué me colgaste?
-         No puedes seguir llamándome así, Fran. Lo sabes.
-         Te digo amor porque te quiero, ¿Acaso tú no?
-         Pero es diferente, ya hemos conversado tantas veces esto.
-         Dime, ¿Vendrás?
-         Estoy en tu casa en veinte minutos.
-         Qué lindo, yo estoy lista.
-         Bueno, nos vemos.
-         Bye amorcito…

Las cosas estaban saliéndose de control. Se le terminaron las excusas para evitar sus invitaciones a cenar o tomar algo. Mariano se había convencido de que esa noche iba a poner fin al asunto. Francesca ya no era parte de su vida, ya no le inspiraba extrañarla, escucharla, tolerarle sus caprichos.
Iba a ser de esas noches que uno no quiere recordar, pero sabía que si no lo hacía, Francesca sería capaz de todo por volver, la conocía lo suficiente. Miró resignado su teléfono con ganas de llamar nuevamente a Daniela, pero no tenía en mente las palabras correctas para explicarle cómo llegó a hacer de su vida un pequeño remolino. Era mejor esperar. “Un paso después del otro” era su frase favorita. Daniela había llegado en el momento indicado para él, aunque no se lo hacía notar. No podía permitirse perderla.


El taxista pisó el freno con tal fuerza que el ruido de las llantas friccionando contra la pista llamó la atención de la gente. No pudo evitar chocar un poco la moto que iba en sentido contrario y que también viró para no estrellarse,  aunque por la velocidad fue imposible. En la moto iban la rubia y Pietro, que terminaron a un lado de la vereda, un poco lastimados por la caída. Casi de inmediato, mientras la gente se acercaba de a pocos y el taxista salía del auto para auxiliar a los motociclistas, un auto estacionó abruptamente al lado de la moto caída, descendiendo dos hombres que vestían jeans,  camisa y lentes oscuros. Uno de ellos se quedó al lado de la puerta abierta mientras el otro se acercó a la rubia, quien extrañamente no dijo nada y lo acompañó en silencio al auto, aún con el casco puesto y el vestido negro un poco rasgado. La acción duró menos de treinta segundos y el auto se perdió hábilmente entre el tráfico.

Tras ese confuso momento, la gente se acercó a Pietro, quien aún permanecía en el suelo, tratando de sentarse. La fiebre y la caída lo tenían mareado, débil. Se quitó el casco y el taxista le preguntó si se sentía bien. “Sí, gracias. Debo caminar a casa”. No estaba tan lejos de su departamento, podía llegar en quince minutos caminando.

-         ¿Por qué su amiga lo dejó?
-         No la conozco.
-         Cómo puede ser eso, si iba con usted.
-         Me estaba ayudando.
-         ¿Ayudando a qué?
-         No lo recuerdo, discúlpeme ahora no me siento muy bien.

Mientras esto sucedía, el mozo de un restaurante vecino se había acercado a auxiliar a Daniela, que permanecía dentro del taxi, con el hombro adolorido pero era más la impresión del momento lo que hacía que no se animara a mover. El mozo la ayudó a descender despacio y poco tiempo después ya estaba algo más tranquila. Se acercó al muchacho de la moto, que hablaba con el taxista.

-         ¿Están bien? Casi los matamos, ¿Dónde está ella?
-         Hola Daniela.
-         …Dios mío, Pietro!!

Daniela y Pietro hasta este momento sólo se habían visto por videoconferencia, cuando por recomendación de Mariano entró en el proceso de entrevistas. Pietro era más alto y joven de lo que imaginó.

-         Es una larga historia, ahora creo que debemos ir a la comisaría.
-         Yo creo que mejor a una clínica, no te ves muy bien.

El taxista le hizo un gesto a Daniela como diciendo que sólo le pague el monto del servicio y que luego se podían ir. Movió la moto hasta la vereda, subió a su auto y partió.

-         Vamos a una clínica.
-      No tengo nada, solo estoy con fiebre por lo que te conté que  me pasó esta mañana.
-         Entonces vamos a mi casa, quiero me expliques qué fue todo esto.

Pietro no sabía exactamente qué decirle. Cómo explicar que una extraña a la que rescató supo en pocas horas dónde vivía y a quiénes conocía. Le entró un poco de miedo, mejor era contarle todo y denunciar a la policía. Pero le hacía eco aun la frase de que iban a atentar contra Daniela, no sabía en qué lío se había metido.

-         ¿Quién era esa chica?
-         La que rescaté en la mañana de Naviglio Grande.
-         ¿Se conocían de antes?
-         Para nada, solo que me buscó a pedirme un favor.
-         ¿Te buscó?
-         No tengo idea qué está pasando exactamente.
-         ¿Pero le diste tu dirección, tu nombre o número?
-    No nada, además todas mis cosas se estropearon en el agua, es más creo que ya rompí el nuevo celular.

Pietro buscó en sus bolsillos y sacó con una mano todo lo que llevaba dentro. Estaba el celular, la billetera, sus llaves y un papel doblado. Lo abrió y decía “Camila +39349909713”. Disimuló su sorpresa. Finalmente sabía el nombre de esa rubia extraña, temerosa, bella.
Daniela se había puesto una compresa fría en el hombro para bajar la inflamación y se sentó frente a Pietro.

-   Debes tener cuidado siempre, no confíes de todo el mundo. Me sigo preguntando qué hacías en la moto con ella, a dónde iban.
-    Me crees si te digo que no lo sé, dijo unas cosas para sacarme de mi casa, yo estaba durmiendo. Me asustó.
-   Mira, tienes todo este fin de semana para descansar y también para solucionar esto. Si te amenazó o algo, debes ir con la policía. Tienes pasaporte italiano, será más rápido sentar la denuncia. ¿Quieres ir a tu casa? Si prefieres te quedas aquí a pasar la noche.
-     Gracias, pero mejor regreso. Tengo el mismo número de celular, por si me quieres contactar.

Antes de entrar a su edificio, Pietro sintió miedo. Miró a su alrededor y no vio nada sospechoso. La fiebre le había pasado pero todavía sentía el dolor de la caída. El día había sido emocional y físicamente intenso, su cuerpo pedía descanso. Ya en su cuarto, miró nuevamente el papel que le dejó Camila y se quedó pensando, sin reparar en el momento en que ella pudo haberlo deslizado en su bolsillo. Luego de un momento sentado sobre su cama, tomó su celular, guardó el número y envió un mensaje de texto: “Cuídate siempre. P”.

El lunes Pietro estaba puntualmente ubicado en su nuevo puesto, ya Daniela lo había presentado a los chicos de la oficina y había sido asignado a un gordito de nombre Alberto para capacitación. Luego del almuerzo, acompañó al grupo de Alberto a tomar un café. El día soleado y de cielo claro lo relajaban. Había decidido no contarle nada de lo que le pasó a su familia porque los iba a preocupar. Sentía que era parte de su experiencia y aprendizaje, debía hacerse hombre por si mismo. De regreso a la oficina, su celular vibra. “Seguro mi vieja”- pensó. Era un mensaje de texto, perturbador, de alguien que nunca esperaba recibir: “Sálvame”. Una sola palabra, simple y tan efectiva para hacer que su cabeza entre en una espiral de pensamientos. Algo le pasaba a Camila y lo había elegido para sacarla de donde estaba. Llegó un segundo mensaje: “Ciudad de Roma”. Quizás era una trampa. Debía ignorarlo. Después de unos minutos, tomó el celular y marcó.

-         Hombre, qué sorpresa. ¿Ya estás trabajando?
-         Si Mariano, necesito que me ayudes. Solo tú podrías hacerlo.
-         No me preocupes loco, ¿Qué ha pasado?
-         Vámonos a Roma.
-         Qué te estás fumando huevón.
-         Te hablo en serio. Por favor, debemos vernos, te cuento todo.
-         …En qué estarás metido, estoy ocupado.
-         Pensé que trabajabas desde casa…
-         Si, pero eso no significa que me las rasco todo el día.
-         Vamos, ayúdame.
-         ¿Es muy urgente, no? Sino te golpeo.
-         Sí, te explicaré todo.
-         Más te vale, llego en media hora.

Pietro no sabía en lo que se estaba metiendo. Tampoco Mariano. Pero tenía esa sensación de que una vida estaba en sus manos, sin pensar claramente en cuáles estaba dejando la suya.

CONTINUARÁ…

SIGUIENTE CAPÍTULO: 5. Dile