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No me conoces [cuento de terror]

No me conoces


Gonzalo se dio cuenta de que estaba solo en la oficina. No era la primera vez que le pasaba, ya en otras oportunidades sus colegas habían salido sin despedirse. Quizás esta vez sí lo habían hecho, pero él solía abstraerse tanto frente a la pantalla de su computadora que el mundo real pasaba a un segundo plano. Se restregó los ojos y tomó el último sorbo de su Coca Cola ya caliente. Miró el reloj de su escritorio: ocho y cuarenta y seis de la noche. Había un sido un día largo y pesado pero ya era viernes, momento de relajarse.


Tenía una razón para quedarse hasta tarde. Uno de sus mayores pasatiempos era entrar en la base de datos de la universidad donde trabajaba y husmear entre las fotos de los alumnos. Esa simple curiosidad inicial se convirtió con el tiempo en una rigurosa rutina, hasta llegó a aprenderse los nombres de algunos alumnos para jugar a reconocerlos durante sus paseos por el campus.

Apagó su computadora y ordenó su escribanía mientras pensaba en llamar a algunos amigos para salir. Algo lo inquietaba, como si en su interior estuviera por librarse una pequeña batalla. Tenía esa sensación de agitación cada vez que llegaba el fin de semana. Quizás era ese deseo reprimido desde la adolescencia, de tener una noche de locura y alcohol. Pero él siempre había cuidado su imagen de muchacho tranquilo, poco asiduo a fiestas y el hecho de que su papá fuera un reconocido profesor de esa universidad lo volvía aún más cauteloso.

La vida es ahora” – murmuró para sí al cerrar la oficina. Inmediatamente su semblante cambió y apuró el rumbo hacia el cajero automático instalado dentro de la universidad. Era fin de mes, día de pago y esa noche estaba dispuesto a gastar su sueldo entero de ser necesario. Retiró todo lo que el cajero le permitió y llenó orgulloso su billetera. Al voltear rápidamente chocó con alguien que estaba detrás de él. No pudo ocultar su sorpresa: era Grace Acosta, una de las chicas más lindas que había descubierto en uno de sus inagotables recorridos entre retratos académicos. Sabía que ella estaba en el tercer ciclo de la Facultad de Derecho. Pero ella no sabía nada de él. Balbuceó un "disculpa" y siguió su camino a paso inquieto. Después de ese encuentro ya tenía decidido a donde ir: Lust, un night-club en San Isidro que solía frecuentar una vez al mes. Ahí siempre lo esperaba Roxy, una colombiana de enormes caderas y sonrisa fácil.

Esa noche se dedicó a pagar cuanto trago se le puso en frente y a dar generosas propinas a las mujeres que, semidesnudas, le ofrecieron bailes breves frotando sus carnes contra su pantalón. El no encontrar a Roxy lo puso de mal humor. Tras unas horas recostado sobre la barra y sintiéndose muy ebrio, salió del lugar. En la puerta econtró a Roxy con un hombre bastante mayor que la tomaba de la cintura. Cruzaron miradas pero ella siguió disfrutando su momento con el cliente de turno.

Roxy, cuyo verdadero nombre era Mónica, había estado bebiendo con el hombre luego de acompañarlo a una reunión aburrida llena de viejos ególatras. Pero ya estaba acostumbrada. Gracias a su juventud y belleza era bastante requerida como dama de compañía, lo que le daba dinero suficiente para darse buenos gustos. Estaba segura de que a fin de año regresaría a Medellín para seguir estudiando, nadie se enteraría nunca de lo que estuvo haciendo durante esos meses de ausencia. Luego de una copa más en el night-club, se despidió del viejo y uno de los camareros le hizo saber que había un taxi esperándola afuera, como casi todas las noches.

Llegó a su habitación de hotel donde vivía desde que llegó a Lima. Aún estaba oscuro, encendió la lámpara que iluminaba la cabecera de su cama y luego de guardar en su cajón el dinero ganado, comenzó a desnudarse lentamente. De pronto algo la detuvo, sintió que había alguien muy cerca. No se equivocaba, una sombra bajo la puerta de su habitación permanecía quieta.

- ¿Víctor? – Preguntó creyendo que se trataba del recepcionista de la noche. No obtuvo respuesta.

Se puso una bata y levantó el teléfono para avisar en recepción sobre esa presencia incómoda. Mientras escuchaba el timbrar su llamada, vio aterrorizada cómo su puerta se iba abriendo lentamente. Era imposible que la haya dejado sin asegurar.

- ¡Víctor... Quién es! – Gritó nerviosa.
- Si gritas otra vez te mato – Le dijo la voz desde la puerta. Apenas podía distinguir la silueta del sujeto en medio de la oscuridad. La lámpara seguía iluminando su cama y a ella sentada con el teléfono en mano, al que aferraba con fuerza.
- ¿Qué es lo que quieres?

El sujeto cerró la puerta tras de si y continuó avanzando hacia ella.

- ¿Gonzalo?
- Roxy.
- ¿Qué estás haciendo? Me has asustado mucho.
- Esta noche quería estar contigo.
- Pero estaba trabajando, tú sabes cómo funciona esto.
- Ni me saludaste.
- No podía, tenía un cliente...

Roxy – o Mónica- observó la cara de Gonzalo desencajada por su embriaguez, los ojos entrecerrados y los labios secos. Su camisa celeste estaba empapada de sudor y tenía salpicaduras rojas en la parte baja. Ella intentó controlar sus emociones, aunque por dentro temblaba de miedo.

- ¿Cómo supiste que vivía aquí? ¿Cómo has podido entrar?
- Te seguí. El recepcionista no me dejaba entrar. Creo que lo he matado.
- ¡¿Es que te has vuelto loco?! Lárgate de aquí, voy a llamar a la policía.
- ¿Quién va a rescatar a una puta?

Ella se puso de pie para salir corriendo pero recibió una bofetada que la dejó semi inconsciente. Trató débilmente de alcanzar nuevamente el teléfono u otra cosa con qué defenderse pero algo le cubrió la cabeza por completo.

Mientras Roxy convulsionaba, Gonzalo permanecía sentado sobre ella, sosteniendo con fuerza la almohada que le cubría la cara. Se mordía los labios y mostraba una sonrisa siniestra. En su mente perturbada estaba la cara de Grace y extrañamente sintió placer. No se dio cuenta del momento en que Roxy dejó de moverse. Cuando levantó la almohada vio que ella permanecía inerte. “Chao mi amor”, le susurró al oído. Besó sus labios y salió de la habitación.

Hace unas horas tenía en su boca el sabor de una Coca Cola caliente y ahora probaba la insipidez de la muerte. La combinación de alcohol y adrenalina había desencadenado una faceta jamás imaginada. Quizás después de dormir podría recién pensar en todo lo que había hecho. Llegó a su casa y no supo en qué momento entró a la ducha. Se descubrió repentinamente desnudo y riéndose compulsivamente mientras el agua recorría su pálida figura, limpiando la sangre ajena de sus manos. “¿En qué me estoy convirtiendo?”.

No podía conciliar el sueño porque tenía todas las imágenes de aquella noche intensa, como si se tratase de una película de horror pasando frente a sus ojos. Empezaba a volverse paranoico, sintiendo que en la calle lo buscaban y que su teléfono sonaría en cualquier momento. Sin embargo un pensamiento fue llenando su mente, calmando su agitación. Llegó a la conclusión de que no iba a ser necesario esconderse ni buscar refugio. Era él mismo, con su pinta de chico bueno y frágil, el mejor disfraz para engañar a todos y continuar con su vida como si nada hubiera pasado. Con ese plan y recordando las caras de las chicas más lindas de la universidad, consiguió finalmente dormir.
 


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Comentarios

  1. Es una historia realmente aterradora ... ese Gonzalo era un tipo extraño desde el inicio del cuento; todo lo que puede hacer el alcohol! ... tienes que continuarla!

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  2. El hecho de que el tipo pueda seguir caminando libremente luego de lo que hizo vuelve al cuento aterrador, no? Gracias por tu comentario Natty!

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