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Brujas y demonios

brujas y demonios

Habría tenido que tomar una foto de este lugar. Da igual, las imágenes vivirán por siempre en mis recuerdos. Escaleras de verde mármol que intentan en vano dar un toque señorial a una cueva de putas y malandrines. La poca luz otorga a los pasillos un aire siniestro, cómplices de lo que ocurre entre las paredes de sus habitaciones, escuálidas cárceles del placer.

El piso de parquet cruje con cada pisada, por más despacio que camine. Me apuro en entrar a mi cuarto, escoltado por gemidos anónimos, exagerados, comprados. Segundo piso, estancia 31, como el último día de Octubre. Las brujas y demonios los llevo dentro. Mi refugio se traduce en veinte metros cuadrados de abandono al cubo. A la derecha y a la izquierda, dos camas individuales de rojo edredón y mesita de noche, separadas por un cuadro de un retrato de mujer con labios carnosos. En la pared opuesta yace montado un televisor minúsculo. A un lado, un armario de madera y un pequeño escritorio donde reposa, inmundo, el control remoto del televisor. El baño emite un rumor proveniente del extractor de aire, que no deja ni cagar tranquilo. Por lo menos las toallas parecen limpias.

Termino eligiendo la cama de la izquierda. Y así me quedo dormido, entre el ruido de la calle, el tranvía impuntual, los gemidos ajenos, la soledad. Mañana será un nuevo día, aunque yo me quedaría para siempre en el ayer.


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