El viernes empezó agitado para Alejandro. Su celular timbró desde muy temprano con llamadas de todo tipo: reunión de emergencia en la sala de prensa de un conocido diario -donde colaboraba como independiente-, deuda vencida con el banco, confirmación de almuerzo con unos amigos y hasta de un número equivocado.
Mientras se bañaba apresuradamente pensó en todo lo que tenía que hacer para que no se le pasara nada ese día. Siempre había odiado usar una agenda porque se sentía admitir que estaba perdiendo la memoria, que se estaba haciendo viejo. Hizo de un pan con pollo de la noche anterior su desayuno, tomó su cámara fotográfica y despidiéndose de Tarzán -su inquieto Terrier-, salió para la oficina del diario.
Desde muy chico fue aficionado a la fotografía y el vídeo. A sus diecinueve años era el orgulloso autor de los vídeos de la mayoría de fiestas de cumpleaños de sus primos, tías y ya en la universidad solía fotografiar a los profesores en plena clase, a quienes inicialmente les resultaba casi un fastidio, pero fue gracias a uno de ellos que entró recomendado a una revista para fotografiar eventos. En ese tiempo pudo viajar mucho, conocer el país y también conseguir trabajos esporádicos como fotógrafo para armar los books de aspirantes a modelo. Llegó a pensar que ese iba a ser definitivamente su estilo de vida laboral hasta que un día lo llamaron para cubrir temporalmente el puesto de un fotógrafo para noticias policiales en un diario popular. Fue entonces cuando descubrió que la incertidumbre, la sorpresa y todo lo que demandaba el crear noticia a partir de una imagen era algo que realmente podía apasionarlo.
Al llegar a la oficina esperaba encontrar caras severas y algo ansiosas como en anteriores oportunidades cuando se presentaba un llamado de esa naturaleza, pero sólo había unos cuantos redactores y publicistas conversando relajadamente. Nadie le avisó que la reunión había sido cancelada a último momento. En otra ocasión esto le hubiera molestado pero decidió no darle tanta importancia. Se acomodó el pelo y silbando un villancico navideño se sentó frente a una de las computadoras que había en la redacción para distraerse un poco en Facebook.
- ¡Pero qué ven mis ojos!
- Mi querida Lucía, ¿Cómo has estado?
- ¡Qué alegría verte Ale, estás guapísimo!
- Jajaja lo mismo digo de ti. He estado medio nocturno últimamente, ya me tocaba madrugar.
- Me imaginaba, ¿Sigues cubriendo policiales?
- Sí.
- Qué valiente. Yo he venido a recoger unas cosas, este fin de semana voy a cubrir la visita del presidente a Iquitos, con lo que me gusta la selva…
- Oye pero si es riquísimo.
- Sudo como una cerda.
- Jajaja qué exagerada.
La conversación fue interrumpida por uno de los redactores.
- ¿Alejandro vas a cubrir lo del incendio?
- No sé nada, ¿Incendio?
- Sí, apóyanos con eso, abajo hay una camioneta lista para salir. Parece que se ha puesto fea la cosa.
- Yo voy, ¿Dónde es? – Preguntó incorporándose y acomodándose el maletín con su cámara.
- En La Molina, el edificio Santa Úrsula de Las Viñas.
Las últimas palabras del redactor le cayeron como dardos calientes a Alejandro. Conocía ese lugar, lo conocía muy bien y se había prometido no regresar por ningún motivo o al menos no tan pronto. Ahí vivía Paloma Odar, la mujer que hace cinco meses lo había dejado plantado en el altar de una iglesia.
CONTINUARÁ...
Que buen inicio, y que tal intriga la que haz dejado, tantas preguntas en mi cabeza, presiento que este es el comienzo de una novela llega de sorpresas y emociones.
ResponderEliminarUn beso
Gracias, y yo estaré muy contento de que me acompañes en esta nueva aventura :)
ResponderEliminarLo hare con mucho gusto :), es gratificante leer lo que escribes.
ResponderEliminarEsperare cada publicacion con las ansias y la ilusion de la ñina que espera la navidad para ver los fuegos artificiales y abrir los regalos.
Un beso enorme para ti