30.10.11

Crónica italiana: 5. Dile

(Capítulo anterior: 4. Sálvame
Primer capítulo: 1. Cuestión de tiempo)
una historia italiana: dile
Puente Vittorio Emanuele II. Roma - Italia (©Settemuse.it)

Daniela conversaba y fumaba con unos colegas afuera del edificio de la empresa. Estaba más tranquila. El fin de semana había decidido dejar apagado su celular, no encender la laptop y aceptar la invitación de una amiga para estar en la casa de campo de sus padres, a una hora y media de Milán. Se sintió muy a gusto, no se veían hace mucho tiempo y el sábado por la noche, luego de varias copas de vino, le contó entre lágrimas lo de Mariano. Le hizo bien desahogarse, recibir un abrazo, sentirse querida.


Cuando estaba terminando el cigarrillo, vio que un auto conocido estacionaba al otro lado de la calle. Era Mariano, que al bajar y mirar al frente se percató de su presencia. No trataron evitar miradas, al contrario ella se quedó observándolo desafiante mientras él cruzaba la calle. Se separó del grupo, que entró de regreso a la oficina.

-         ¿Qué haces aquí?
-     Hola Dani, te estuve llamando todo el fin de semana. ¿Se te perdió el celular?
-        Estuve ocupada.
-        Necesitaba hablar contigo.
-        ¿Y se te ocurre venir a esta hora? Estás loco, estoy trabajando.
-        …Bueno, ahora vengo por Pietro.
-        ¿Qué?

(Pietro sale en ese momento del edificio muy apurado y los ve. No puede ocultar una una cara de huevón-sorprendido-descubierto)

-         …¡¡¡Hola Daniela!!!
-         ¿Alguien me explica qué está pasando?
-         Daniela, debo irme con Mariano.
-         ¿Ahora? ¿A dónde?
-         No puedo decirte… es que…
-         Mariano, qué estás haciendo.
-         Tampoco lo sé, pero me llamó, es una urgencia…

Pietro tomó del brazo a Mariano, quien retrocedió mirando a Daniela que, boquiabierta, no podía creer la escena. Ambos cruzaron la calle y subieron al auto. Dos cuadras más adelante, Mariano estacionó.

-         ¿Qué haces? ¡Debemos apurarnos!
-      No te puedo acompañar en esta locura, ¿Te has dado cuenta de lo que estás haciendo?
-         ¡Salvando una vida!
-         ¿De quién?
-         Camila.
-         ¿Y quién es Camila?
-         Te explico en el camino, ¡¡Por favor debemos irnos!!
-      Yo de aquí no me muevo. ¿Has visto un mapa? No podemos irnos a Roma a jugar, son como seis horas de viaje.

Pietro se calmó un poco y le contó por lo que había pasado desde su llegada a la ciudad. Era casi inverosímil, un chico que pase tantas cosas en apenas días. Camila era ciertamente una incógnita, una chica misteriosa. Pero Pietro la describió con tal detalle y cuidado que lo sensibilizó. Quizás sí estaba en problemas, quizás ellos podían meterse en problemas mayores también. La energía de Pietro y su convicción terminaron por hacerlo decidir.

-         OK nos vamos, pero tú pagas la gasolina, mierda.
-         Jajaja ¡Sabía que contaba contigo! Te mereces el cielo, abrazos, todo!!
-         Ya no empieces con mariconadas, ponte el cinturón.

En el camino, Pietro tomó su celular y envió un mensaje de texto a Camila: “Llego en 3 horas, dónde estarás?”. Mientras tanto, Mariano encendía su tercer cigarrillo y subía un poco el volumen de la radio. Sonaba U2, su banda favorita. El viernes pasado fue duro. Sin querer lastimó a Daniela y luego vió llorar a Francesca cuando le aclaró que todo había terminado entre ambos. Le afectó mucho, se sintió egoísta y hasta cobarde. Ahora ya no tendría a Francesca entrometiéndose, pero no estaba seguro si había perdido a Daniela. Era quizás el precio a pagar para que finalmente madurara. Un precio muy alto, que le dolía y le dejaba deudas consigo mismo.

Llegaron a Roma, más calurosa que Milán y con más turistas por todos lados. Pietro no había tenido respuesta a su mensaje y esto lo tenía preocupado. Estacionaron a unos 10 minutos del centro histórico y fueron caminando a comer algo. Compraron paninos y cerveza. Eran casi las nueve de la noche pero con el verano floreciendo el sol aún los acompañaba. Pietro había estado en Roma cuando niño y no recordaba mucho sus calles pero sí el ruido, el tráfico, la multitud. 

Caminando de regreso al auto, Pietro recibe dos mensajes de texto: “Piazza Farnese 67, Palazzo”; “En moto, rápido”. Abrieron el mapa que acababan de comprar y se dieron cuenta que quedaba muy cerca de donde estaban. “Podemos ir a pie” – dijo Pietro. Apuraron los pasos porque no les quedaba mucho tiempo de luz natural y una ciudad así de grande puede jugar a veces en contra de uno. No tenían ningún plan, pero no solo el caminar acelerado aumentaban sus latidos, sino también la incertidumbre de lo que iban a encontrarse.

Palazzo Farnese. Roma - Italia

Llegaron frente al Palacio Farnese y Pietro miró a su alrededor, buscando a la rubia. Una moto en una esquina encendió intermitentemente sus luces hacia ellos. Por la silueta, Pietro supo que se trataba de Camila y le indicó a Mariano ir en dirección a ella. Estando a pocos metros, dos motos irrumpen en la escena, dirigiéndose hacia ellos. “¡Hijo de puta, es una trampa!” – exclamó Mariano y empujó a un lado a Pietro. “¡Suban!” – gritó Camila, avanzando la moto y haciéndola rugir. Subieron como pudieron, Pietro entre Mariano y Camila, quien manejaba. 

Pietro ya sabía de las habilidades y velocidad de manejo de la rubia, confiaba en que podían salir librados de esos tipos, además en el peor de los casos no podrían dispararles porque alertaría a todo el mundo y la policía los atraparía. Camila intentó perderlos entre calles pero fue inútil, estaban cada vez más cerca de ellos. Finalmente llegó al puente Vittorio Emanuele II, que cruza el río Tíber. Si conseguían cruzarlo, podrían salvarse llegando a la plaza San Pedro del Vaticano, que siempre está custodiada por policías y cámaras de seguridad.

Por el peso de los tres, a Camila se le hacía difícil tomar mayor ventaja sobre sus perseguidores. Intentó acelerar para pasar la luz ámbar y detenerlos con el semáforo en rojo pero no pudo. Frenó tras una fila de autos y bajaron de la moto. Lo mismo hicieron los dos sujetos, quienes parecían ser los mismos que los interceptaron en Milán. Caminaron hacia ellos y levantaron ligeramente sus camisas, poniendo al descubierto sus armas. Casi de inmediato, Mariano volteó hacia Pietro y le dio las llaves de su auto. “Corre, llévatela. Dile a Daniela, dile que…” – Pietro no pudo escuchar lo demás porque Camila lo jaló del brazo y empezó a correr al ver que uno de los hombres se abalanzaba sobre Mariano, quien a pesar de eso pudo detener al otro con un golpe al vientre cuando se disponía a ir tras Pietro.

Corrió, corrió junto a ella entre los autos que frenaban intempestivamente para no atropellarlos. Al fondo se divisaba la plaza San Pedro. No quiso voltear, estaba jadeando, esperando que Mariano los alcanzara de un momento a otro. La noche estrellada estaba ya sobre ellos. Decidió entonces girar la cabeza, al mismo tiempo que una mujer gritaba señalando al puente. Instante exacto para ver a dos hombres caer juntos hacia el Tíber.

CONTINUARÁ...

SIGUIENTE CAPÍTULO: 6. Ojos Azules


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