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Mala suerte [cuento corto]

mala suerte
Parque Sempione, Milán

Lo único que hice fue correr con ella, me dice con la voz pausada, mirada perdida y semblante pálido, retrato de un hombre derrotado. Dibujo dos círculos en mi cuaderno tratando de concentrarme y le pido que me vuelva a contar su historia. Quisiera ofrecerle un cigarrillo pero me queda sólo uno y sé que lo necesitaré después. Él entonces descansa sus manos sobre la mesa y comienza.

En el otoño del 2010 decidí volver al gimnasio y hacer ejercicios al aire libre, comencé a ir al parque Sempione que quedaba como a un kilómetro de mi casa. Mi plan era hacer cinco kilómetros diarios, estaba seguro que así llegaría en buena forma al verano. Una tarde, mientras estiraba, la vi por primera vez. Cruzamos miradas y ella fue para su lado y yo para el mío. Al día siguiente nos volvimos a ver, esta vez fue un rápido hola pero tal como el día anterior, cada quien por su camino. Recuerdo bien que era un domingo, cuando nos encontramos de nuevo y decidimos correr juntos. Me presenté, ella me dijo su nombre, me preguntó hace cuánto que corría, preguntas cortas, simples. Era linda, me gustaba mucho y creo que yo también le gustaba, porque me daba esa mirada, no sé explicarlo pero usted sabe, cuando una chica está coqueteando contigo. Corrimos juntos toda la siguiente semana y el domingo, que caía el último día del mes, antes de despedirnos ella me ofreció ir a su casa a cenar. Yo acepté encantado pensando que quizás terminaríamos besándonos. Caminamos por quince minutos hasta su departamento que quedaba en el décimo piso de un edificio nuevo. Me invitó a la sala que era pequeña y luego parece que le vino en mente algo porque me dijo que debía salir a comprar. Me ofrecí a acompañarla y se negó, me pidió que la espere, que no demoraría. No regresó nunca…

-Apenas si la conocías, qué chica deja a un casi desconocido a solas en su casa. -No lo sé, quizás confiaba en mí. -A dónde crees que puede ir a comprar algo si los domingos está  todo cerrado. -Ojalá le hubiera preguntado, yo tenía la cabeza en otro lado. -Si dices que te quedaste en la sala explícame por qué encontramos huellas tuyas en su habitación. -Estaba husmeando, simple curiosidad. -Tengo un video que muestra que poco después que saliste del edificio volviste a entrar. -Claro, no sabía qué cosa hacer, por un momento quise irme pero si dejaba la puerta sin asegurar y le robaban iba a ser mi culpa. –Voy a ser claro y te voy a pedir por el bien de ambos que me digas qué pasó con Valeria Brero la noche del treinta y uno de octubre del 2010. -Le juro por mi vida que no lo sé. -¿Crees ahora que tu vida vale más que esa chica? Tenía apenas veinticuatro años. -Si pudiera regresar el tiempo no habría entrado en esa casa. -Pero lo hiciste, ahora dime, dónde la tienes. -¡Que no lo sé, mierda, yo no he hecho nada! -¡Cállate, miserable, cállate! Yo mando aquí me entiendes, yo te voy a decir cuándo abrir la boca y cuando no, ya me hartaste con tu cara de imbécil. -Pero si no he hecho nada, no he matado a nadie, por dios... Se pone a llorar mirando al piso  y yo me seco el sudor de la frente. En media hora he escrito siete palabras en mi cuaderno.

Sabes que yo sé todo de ti. En la escuela te llamaban conejo por tus dientes y una vez golpeaste a un compañero que se burló de ti. En la universidad te enamoraste de Alessandra, que te engañó con uno de tus mejores amigos, Paolo. Estabas inscrito a un sitio de apuestas por Internet y una vez perdiste doscientos veinte euros jugando. Puedo continuar, como te dije, lo sé todo. Me mira sorprendido y toma un poco de aire como preparando una respuesta pero poco después deja caer sus hombros, resignado. Mira la mesa, mira mi cuaderno, me mira a mí, casi queriendo leer mis pensamientos. No sé si tengo al frente a un perfecto psicópata o a un pobre tipo con mala suerte. Me incorporo de mi asiento, me despido dándole la mano. Estoy pensando en la urgencia que tengo de fumarme ese cigarro, volver a casa y tomar un par de cervezas. Él debe regresar a su celda. Yo lo único que hice fue correr con ella, me repite. Y extrañamente, dentro de mí, le creo.

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