-¡Hora del sorteo muchachos! – anunciaba Emilio, el más viejo de la fiesta. Hasta ese momento la despedida de soltero de Ricardo iba mejor de lo esperado: las chicas que contrataron llegaron puntuales y disfrazadas de provocadoras diablas, la lujosa suite del hotel era enorme y estábamos permitidos de hacer el ruido que queríamos, todos los colegas y amigos convocados estaban presentes y lo que era más importante, el futuro esposo estaba pasándola bien.
No habíamos terminado de entrar y Jocelyn –como dijo que se llamaba- estaba encima mío, desnuda. Ella sabía perfectamente su negocio, no duré ni cinco minutos. Mis amigos se burlaron de mi precocidad y yo en lugar de responderles me acerqué a Julián, un chico (demasiado) tranquilo que trabajaba en el área de Logística, con quien solía compartir mesa en la cafetería a la hora de almuerzo. Estaba en una esquina, mirando su celular. –Te toca, le dije para animarlo. Me miró avergonzado, quizás pensando que lo estaba poniendo a prueba. –Son cien lucas, haz que valgan porque es una fiera. –No me alcanza, me respondió y solté una risa porque no esperaba que me tomara en serio. Le serví un vaso lleno de ron, puse cien soles en el bolsillo de su camisa y luego de secar el vaso lo empuje a la habitación donde Jocelyn esperaba. Cuarenta minutos después salió despeinado y victorioso. Entonces se convirtió en la leyenda, el Rocco Siffredi de la noche.
Las semanas siguientes aún nos hacíamos bromas en la oficina, algunos me decían “El Cinco Minutos” y yo reía porque nuestras colegas no entendían. Una tarde un amigo de Logística me contó que Julián estaba distinto, que casi siempre llegaba tarde y oliendo a alcohol. Me enteré que estaba saliendo con Jocelyn. Yo no podía creerlo, aproveché un viernes de After Office y le pedí conversar a solas. Estaba ojeroso y flaco, me dijo que ya no hablaba con sus padres y se había mudado a un cuartito en Surco, que Jocelyn era especial y que la estaba ayudando a encontrar trabajo. Yo me molesté muchísimo, no podía soportar ver a un chico como él hundirse así. Pero qué carajo dices, si tu novia es una puta – le solté sin rodeos. Julián me dio un golpe en la cara tan fuerte que casi me tira al suelo. Después del incidente no nos volvimos a hablar.
Julián dejó la empresa al poco tiempo y no supe nada de él hasta que un año y medio después, mientras estaba haciendo las compras navideñas en un centro comercial, lo reconocí. Estaba con Jocelyn, que en realidad se llamaba Pamela, quien empujaba un cochecito en el que reposaba un bebé. Nos saludamos, me acerqué al niño y como señalaba insistentemente mi billetera que tenía en la mano se la di para que jugara. Jocelyn - o Pamela- no tenía la falda roja, pantis negras ni tacos altos con los que la recordaba sino pantalones jean y botas marrones. Me puse a hablar de cosas que ni recuerdo pero en realidad pensaba en qué sería de Julián si no lo hubiera empujado a la habitación aquella noche. Qué sería de Jocelyn. Creo que las personas no son buenas ni malas, solo juegan de la mejor forma que pueden el destino que les toca. Y el pequeño, entretenido con mi billetera, de pronto sacó mi licencia de conducir.
Todos tenemos nuestro lado A y B. La vida nos regala determinadas cartas y el resto debemos buscarlas, por esa razón no existen ni las buenas ni malas personas, Todos somos lo que en su momento nos toca. El futuro está por construirse.
ResponderEliminarUn abrazo amigo. Después de tanto tiempo es bueno reencontrarse.
Un placer y honor tenerte por aquí Taty, un fuerte abrazo!
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