9.2.11

Cuando regreses: 6. Noche eterna

(Capítulo anterior: 5. Palabras en el aire
Primer capítulo: 1. Fuego interno)

-        Detrás de la cinta amarilla por favor.
-        Somos de la prensa.
-        Y yo de la policía, ahora haga lo que le pido.

Frente a una muchedumbre cada vez más numerosa, un grupo de rescatistas rodeaba el viejo gran solar derrumbado, algunos estaban acompañados por perros adiestrados que apuntaban sus hocicos hacia los escombros. Algunos muros y columnas estaban aún de pie. Eran más de doscientos metros cuadrados de desolación.


Alejandro -con la cámara lista-, se movía de un lado a otro intentando capturar la escena. Había poca luz y el ruido en el lugar, sumado al estallido de los fuegos artificiales por toda la ciudad, lo aturdía un poco. Cerca a él, Paloma cargaba un pequeño maletín que contenía baterías, tarjetas de memoria y lentes para la cámara.

-        Voy a entrar en la casa que está atrás, ahí puedo tomar mejores fotos. Es más seguro que vaya solo, ya regreso.
-        ¿Es necesario? No te arriesgues mucho.
-        Hay más luz de ese lado, si me paro en el techo conseguiré buenas tomas y podremos regresar rápido a casa.
-        Está bien… ¡Oye verdad, Feliz Navidad!
-        ¿Ya son las doce?
-        ¿No escuchas la bulla? – dijo sonriendo.

Alejandro la besó en la mejilla y la abrazó fuerte. Ella correspondió, apoyando delicadamente la cabeza en su hombro.

-        No te demores mucho, me asusta un poco ver todo esto.
-        Tranquila, solo mantente cerca de la policía. Me llamas cualquier cosa.
-        Ni se te ocurra hacer una locura.
-        Eso era antes, ya estoy viejo.
-        Ale no me haces ningún favor diciéndome eso ¿Lo sabes?
-        Jajaja lo siento no lo pensé.
-        Ya anda rápido. – dijo haciéndole un gesto con la mano, como empujándolo suavemente.

La vieja casa que estaba detrás del solar era de dos pisos en la que vivía una familia numerosa, humilde. Es común ver en estos barrios a  casas y quintas con las puertas semiabiertas, con sillas y muebles afuera donde los habitantes hacen de la calle una extensión de sus salas, en la que comparten con vecinos y amigos bromas, conversaciones y licor.

Debido al derrumbe había mucho más gente afuera, asustada y sorprendida. Alejandro se acercó a una mujer baja y gorda, de aspecto bonachón.

-        Disculpe señora, necesito que me haga un favor.
-        (Mira la cámara de Alejandro y le cambia el semblante) ¿A quién busca?
-        Soy reportero y quiero subir a su casa para tomar fotos.
-        No se puede, pregunte al costado.
-        Por favor, no me demoro.
-        No se puede.
-        ¿Qué pasa Mirta? – preguntó acercándose un hombre que parecía el esposo de la gorda.
-        Buenas noches, le pedía a la señora subir un rato a tomar las fotos de la casa derrumbada.
-        ¿Para eso nomás vienen, no? Mira cómo vivimos, si nadie se muere aquí, estamos pintados. Retírese por favor.
-        Disculpe, pero entenderá que soy fotógrafo y este es mi trabajo. Voy a estar solo unos minutos, hágame ese favor.
-        Te equivocaste flaco, nadie entra a mi casa.
-        Mire, yo trabajo en La Verdad y podría arreglar un reportaje para que mejoren sus casas. Luego de este accidente el Centro de Lima va a ser tema principal en todos los medios.
-        Siempre nos dicen lo mismo – respondió decepcionado.
-        He dejado a mi familia para venir a cubrir la noticia, póngase en mi lugar…
-        Igual no vas a poder, el techo es muy débil por eso nadie vive en el segundo piso. Pero al fondo hay un patio, podrías subir con una escalera al muro.
-        ¡Genial! Ayúdeme por favor.

Los dos hombres atravesaron la casa, oscura y desordenada, llegando al patio donde había chatarra y en una de las esquinas un pequeño corral con gallinas y patos. Se podía escuchar el grito de los rescatistas llamando a los atrapados bajo madera y cemento. Alejandro improvisó una tabla como rampa, inclinándola hacia el muro y subió despacio hacia la cima.

Mientras tanto Paloma observaba cómo llegaban ambulancias y bomberos para apoyar el rescate. Ya habían podido encontrar a dos personas vivas, también un cadáver. El ambiente era tenso y triste.

Ella tenía muy fresco el recuerdo del incendio en su edificio, se puso nerviosa y empezó a sudar frío. Habían pasado treinta minutos desde que Alejandro había ido a la vieja casa de atrás y veía constantemente la esquina de la cuadra, esperando el momento en que apareciese para poder ir de regreso al departamento.

Cuando tomaba el celular para llamarlo y pedirle que se vayan, algo se movió debajo de ella. Pensó en un temblor pero los gritos de los rescatistas le hicieron voltear hacia el derrumbe.

-        ¿Qué ha pasado?
-        ¡Se han caído! – señalo uno de los testigos.

Paloma se empinó para tener una mejor visión. Sintió que su corazón se encogía, casi lastimándola. Miró nuevamente a la esquina pero unas palabras le nublaron la vista por completo:

-        ¡Es la casa de atrás, se ha derrumbado!

CONTINUARÁ...

(Les reitero las gracias por sus comentarios 
para que esta historia no termine.
Si quieren regalar algo diferente este 14 de Febrero,
visiten la sección Regala Poesía o ayúdenme a difundir!)

SIGUIENTE CAPÍTULO: 7. Vamos a casa

No hay comentarios :

Publicar un comentario