14.5.12

Diario de un perdedor: II. Tiempo



[Capítulo anterior: I. Manuela]



Se me está cayendo el pelo. Luego de pasar la primera etapa de negación, me estoy resignando a aceptar que el proceso irreversible de quedarme calvo ha comenzado. Ni la marca de shampoo, ni el stress, la falta de sexo o el ser muy pajero fueron argumentos suficientemente fuertes para explicar el fenómeno que me sorprendió hace unas semanas mientras me duchaba, cuando luego de una viril rascada de cabeza -con shampoo Marcadesupermercado- vi que las palmas de mis manos parecían haber acariciado a un pastor alemán. Los siguientes días fueron peores: en las mañanas veía mi almohada decorada de cabellos y no precisamente de mujer -ya volverán esos días- y por las tardes mientras trabajaba veía de vez en cuando cayendo tranquilos uno a uno, a veces en pareja, mis  nunca bien ponderados hilos capilares.

Carajo, me estoy desplumando y la maldita genética ha esfumado cualquier esperanza y se ha reído en mi cara al hacerme dar cuenta que mis abuelos y padre tienen unas dignas pero notables entradas. Lo bueno, por así decirlo, es que me ha tocado vivir esta etapa a una edad no muy tierna, como sucedió con algunos amigos de universidad. Algo que tengo muy claro es que no llegaré al penoso extremo de jalar un cabello de un lado de la cabeza  al otro para tapar la pelada. Me parece ridículo y triste ver a diez pelos grasientos de tanto manipularse intentar cubrir un terreno hace tiempo baldío e infértil. Iré pensando estos días en las ventajas de no llevar melena para levantarme el ánimo.

No sé cuánto afectará mi autoestima, me he vuelto un poco compulsivo mirando a cada rato mis hombros para ahuyentar -o mejor dicho dejar partir- con una barrida de mano a mis ex compañeros que adornaron de una u otra manera mi cabeza por buenos años. Los extrañaré muchísimo. Me he planteado esto de la autoestima porque hace una semana conocí a Erika en el gimnasio. Qué joven y rica que es. Mujeres como ella me hacen reafirmar mi hipótesis de que los seres humanos seguimos evolucionando físicamente. Las chicas de ahora resultan ser más altas y lo tienen todo grande. Mierda, en mis épocas uno veía germinar sus senos lentamente como dos limones tímidos que luego se transformaban explotando en orgullosos melones, si es que me atrevo a  compararlos con frutas. Claro que algunas quedaban en la etapa limón y debían competir con otros atributos o en el mejor de los casos enriquecer más al cirujano plástico.

Mientras Erika me hablaba yo tenía la mente ocupada en tres cosas: evitar mirarle las tetas, controlar si mis hombros no tenían pelos y entender lo que me decía. En ese orden. Mis armas de seducción se ven ahora amenazadas por mi recién adquirida paranoia, que me distrae de todo movimiento estratégico y calculado. Dejé a un lado tanto pensamiento inútil y le propuse ir a comer algo saludable terminando la rutina de ejercicios. Si me aceptaba rápido podría asumir que estaba soltera, que le gustaba un poco, que le transmitía confianza. Pero sé que en la cabeza de una mujer pasan éstas opciones más otras diez, incluyendo la nefasta y temida etiqueta de amiguitodelgym. O sea, no sex for you, honey.
No puedo creer que haya aceptado tan rápido mi invitación. Ese día fuimos por una ensalada de frutas –ya me veo en su opción número seis: soy gay- y conversamos un poco de nuestras vidas.

Sí que eres linda Erika, cómo juegas con tus labios mientras hablas, los muerdes un poco, los mueves a un lado cuando no entiendes mis bromas. Aún estás en la universidad, cuánto piraña estará detrás de ti. Yo te presto atención, no pretendo ni lanzarte piropos sobre tus piernas o tus labios, juego de a pocos mis cartas, si no soy interesante entonces soy simplemente uno más.

Hace dos días me diste tu número de teléfono y ni te he mandado un mensaje de texto. Piensa en mí, Erika, aflora tu naturaleza femenina empezando a construir una novela en torno a mí. Sí, soy un misterio, ando ocupado y si un día no me ves en el gimnasio entonces estoy borracho o cogiendo, o las dos cosas. No puedo dejar que te des cuenta de que me gustas mucho, sólo lo suficiente como para prestarte atención y hacerte reír cada vez que te veo.

Hoy me he visto al espejo para ensayar un nuevo peinado. Hoy es cumpleaños de Erika y me ha mandado un mensaje de texto invitándome a un bar donde estará con sus amigos de universidad. Ese bar lo conozco muy bien, he salido de ahí solo, acompañado, caminando, tambaleando y hasta gateando. En términos futbolísticos, jugaré de local. Podré recomendarte el trago de la casa y hacer que los chicos de la barra te hagan algo especial, quizás cantemos todos a la medianoche tu cumpleaños. Hoy no iré al gimnasio sólo para despertar tu incertidumbre, en realidad estaré en casa haciendo planchas de última hora a ver si de una buena vez se definen mis pectorales que por ahora compiten con el pecho de un gato adulto. Tengo la duda si debo regalarte algo o no. No pareces muy complicada aunque chicas como tú siempre me resultan ser las más locas.

Sus amigos de universidad me tienen sin cuidado, confío en mi experiencia aunque seguro tendré que aguantar chistes sobre mi edad. Yo lo he hecho cuando era más joven, ya les tocará también a ellos. Solamente tendré que identificar al “mejor amigo”, ese que siempre está para ayudarla y consolarla pero que en las noches le dedica dos pajazos antes de dormir. Creo que no será difícil de vencer. Con una chica como ella, debe estar cansado de “protegerla”. Hasta se me ocurre llamar a una de mis amigas inquietas para ver si con eso lo neutralizo. Pero el hecho de que Erika me vea llegando en pareja puede enredarle todo lo que ya ha imaginado de mí.

Algo que he aprendido es que la vejez no es relativa como pensaba hace un tiempo. Es absoluta en el más cruel de los sentidos. Solo que unos se sientan a esperar que les siga creciendo la panza y papada mientras otros como yo capitalizan los años vividos. Sé que ahora las resacas son más largas, que la digestión es más pesada y el deporte más fatigante. Pero también que las conversaciones son más interesantes, los amigos son menos pero son los mejores y el sexo es  aún más rico. Capitalizar. Mucho trabajo hace que me salgan naturalmente palabras como esa. Mejor salgo del trabajo a hacer los ejercicios prometidos. Veo una florería y me detengo a pensar si no será mucho llevarle un arreglo de rosas rojas con tallos largos como sus piernas. Finalmente compro doce rosas, tomo una de ellas y la dejo en el asiento del copiloto. Si consigo que Erika cierre la noche conmigo puedo decirle, apenas suba al auto, que la rosa la estuvo esperando. Vamos a estrenar esta camisa a rayas dejando lucir mi pecho –aún de gato- limpio y perfumado. No me preocupo más por mi débil cabellera. El tiempo es hoy un cómplice de mis andadas. Llego al local y se ve lleno desde afuera. Va a estar complicado conversar. Te dejo sola unas horas, rosa número doce, hazme la noche.

[Siguiente Capítulo: III. El Club]

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