23.5.12

Diario de un perdedor: III. El club



[Capítulos anteriores: III]



Este bar no va a cambiar nunca. Mejor así, me gusta que conserve ese toque clásico de siempre,  con la apariencia de una casa vieja llena de muros gastados y columnas de madera que alguna vez brillaron, con luces tenues que otorgan puntos de encuentro para novios apasionados y perfectos escondites para amantes prohibidos. Aquí viene la misma gente: el escritor bohemio del libro incompleto, los oficinistas del banco de crédito,  las secretarias coquetas celebrando su trigésimo aniversario por enésima vez y los estudiantes universitarios que siempre andan de fiesta. Veo al mismo vigilante de la entrada, al mismo barman, a la chica de la caja, todos hemos casi envejecido juntos. Conocemos en secreto parte de nuestras vidas, somos como un club clandestino que aunque fuerte y unido, los miembros sólo nos conocemos de vista. Sin misión ni visión ni reuniones programadas ni huevadas burocráticas. Nuestro pacto y lema es la libertad y el silencio.


No ha sido buena idea entrar con rosas a este bar. Me percato que varios han volteado a verme, no sólo por las flores sino también por el hecho de que debo abrirme paso entre la gente para ubicar la mesa donde está Erika. Mientras avanzo empiezo a dudar que ella esté soltera, apenas la conozco y no le he preguntado mucho sobre su vida personal. Creo que mejor doy media vuelta, dejo las flores en el auto y repito la entrada con mi caminata James Bond. Ya casi saliendo, a pocos metros de llegar a la puerta veo que entra un grupo de amigos. Con la suerte que tengo últimamente no me sorprendería que fuese Erika y sus amigos. No me equivoco, ahí la veo entrar riendo, riquísima. El siguiente movimiento debo hacerlo rápido y disimulado. Estamos a pocos metros uno del otro, casi frente a frente.  Algunos de sus amigos ya me están viendo. Miro a mi izquierda, cruzo miradas con el barman y le lanzo el ramo de rosas. Las atrapa con talento, como si estuviera preparando un cóctel y las esconde. Me guiña el ojo, somos parte del club, estoy salvado por ahora. Me reconoces y sonríes nuevamente mientras te acercas a abrazarme. Te digo algunas palabras al oído, que estás preciosa, que esta noche la pasarás de seguro muy bien, etcétera. Me presentas a todo el grupo, sólo recuerdo el nombre de un par e identifico de inmediato a tu "mejor amigo". Obviamente es más joven que yo y no parece para nada tímido, bromea con todos y hasta ha ordenado una botella de whisky casi de inmediato. Se me ha adelantado el hijo de puta, seguro quiere causar una buena impresión. Yo soy un lobo solitario en este momento pero están todos en mi territorio. Espero tranquilo a que los tragos relajen el ambiente, hablo sobre fútbol con dos muchachos y me divierto haciendo las bromas propias del deporte, siempre mirando de reojo lo que hace Erika. Pido otra botella para la mesa y cuando ésta llega todos celebran de inmediato, preguntándose quién la ha pedido. Alzo la mano y disfruto de mi nueva popularidad.

Te miro Erika, me aplaudes a la distancia por el detalle, cruzamos miradas y te invito ir a la barra conmigo haciendo un leve movimiento con la cabeza. Me entiendes y me sigues. Una vez sentados frente al barman –que continúa haciendo malabares con las botellas- me agradeces y brindamos. Noto que el whisky te ha subido porque estás más sonriente y de vez en cuando me pierdes la mirada. Te pregunto entre bromas por el chico ese que está siempre vigilándote. Me explicas que es tu ex novio, hace dos meses que terminaron pero han decidido continuar como amigos. Ahora tiene sentido, de hecho es mucho más peligrosa la presencia de un ex que la de un “mejor amigo”. Pero no me importa, yo continuo haciéndote reír. Veo que de pronto te pones pensativa, me dices que aún lo quieres y el tenerlo cerca no te permite voltear la página como se debe. Bebo un poco de mi vaso, te miro a los ojos y te cuento de mi ex. No de Manuela, ella que se joda con su barbón. De Claudia. De cuánto la amé y lo mucho que aprendí con ella. A pesar de los años y de las muchas personas y experiencias que llegan con ellos, nunca la podré olvidar. Te cuento de las oportunidades perdidas y aprovechadas, de las decisiones buenas y malas a lo largo de nuestra desafortunadamente corta vida, que nos moldean poco a poco hasta llegar a hacernos quienes somos hoy. De cuando te preguntas si es que valió la pena correr, detenerse, castigar, perdonar, reír o llorar. Te cuento también de cómo el amor -cuando es bueno- nos alimenta el alma, nos da ese brillo particular en los ojos, ese cosquilleo cuando sentimos que suena el teléfono y sabemos por adelantado de quién se trata. De que no estamos solos. Que sí existe la ilusión duradera y verdadera, tan ligada a la confianza como el corazón a los recuerdos, que si se pierde algún día recuperarlo es como querer reconstruir un espejo roto: a pesar de que lo logremos siempre podremos ver las grietas y pedazos remendados.

Mientras te hablo siento cómo te acercas de a pocos a mí, me miras con toda la atención del mundo y sonríes relajada aún sin haberte dicho algo gracioso. Somos una isla en este mar de tiburones. Juegas con tu cabello, mojas con disimulo tus labios y tu mentón está un poco hacia arriba. Te tengo. Esperas mi siguiente paso para terminar en un beso. Me acerco a tus labios sólo para darme el gusto de saber que me deseas, siento tu aliento perfumado de fresa y whisky pero mi boca da a parar a tu mejilla izquierda. No puedo hacerte esto, Erika. Por un lado tengo el ego arriba sabiendo que todavía puedo conquistar a chibolas como tú, pero por otro el remordimiento de que estoy aprovechando que estás dolida, sensible, ebria. Veo que has cerrado los ojos, que esperabas a un hombre y que quizás te he fallado. En estos casos no hay una segunda oportunidad, sé que me iré solo a casa. El barman me está mirando con una cara como diciendo “¡Pero qué estás haciendo, huevón!”. Lo ignoro.

Regresamos a la mesa donde ya se han formado grupos pequeños de conversación. La botella que ofrecí está casi vacía. Decido despedirme, me ofrecen ir con todo el grupo a bailar a una discoteca pero les digo que debo manejar y no puedo beber más. Pago la cuenta de la botella y te doy otro beso en la mejilla, Erika, confundida, sé que no te lo esperabas. Mejor irme antes que sentirme miserable por la oportunidad que acabo de perder.Tengo un problema, mejor dicho dos. La conversación en la barra me ha traído a la mente a Claudia. Tanto hablar de lo vivido contigo Claudita ha hecho que piense nuevamente en nuestras locuras cuando éramos más jóvenes y despreocupados, de cuántas promesas nos hicimos. Eras la mujer perfecta, por ti me hice hombre. Desde que te perdí por imbécil no he vuelto a cometer el mismo error con otra mujer. Siempre te lo agradeceré. El segundo problema es que cuando estoy en tragos suelo llamar a amigos o amigas para joder o hablar de mis líos, a veces despertándolos en plena madrugada. También mandar mensajes de texto –envalentonado por el alcohol- a chicas que me gustan o a ex novias.Rosa número doce, siento que te he defraudado. He regresado solo al auto, solo y pensando en Claudita. Tomo el celular y te busco en la agenda, aún te conservo con el nombre que te puse cuando estábamos juntos, Minita. Juego con el teclado del celular, enciendo el auto y pongo cualquier radio que suene música romántica. Acabo de entrar en mi fase de ahuevado y difícilmente saldré de aquí esta noche. Está sonando Woman, de John Lennon, qué gran canción. Miro todavía tu nombre en la pantalla de mi celular. Hold me close to your heart, however distant don't keep us apart. After all it is written in the stars... Ya sin ninguna pizca de vergüenza que me pueda salvar, te escribo: “Te extraño Minita”. Send.


[Siguiente capítulo: IV. Mi mejor amigo]

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