Este
bar no va a cambiar nunca. Mejor así, me gusta que conserve ese toque clásico
de siempre, con la apariencia de una
casa vieja llena de muros gastados y columnas de madera que alguna vez
brillaron, con luces tenues que otorgan puntos de encuentro para novios apasionados
y perfectos escondites para amantes prohibidos. Aquí viene la misma gente: el
escritor bohemio del libro incompleto, los oficinistas del banco de crédito, las secretarias coquetas celebrando su
trigésimo aniversario por enésima vez y los estudiantes universitarios que
siempre andan de fiesta. Veo al mismo vigilante de la entrada, al mismo barman,
a la chica de la caja, todos hemos casi envejecido juntos. Conocemos en secreto
parte de nuestras vidas, somos como un club clandestino que aunque fuerte y
unido, los miembros sólo nos conocemos de vista. Sin misión ni visión ni
reuniones programadas ni huevadas burocráticas. Nuestro pacto y lema es la
libertad y el silencio.
No ha
sido buena idea entrar con rosas a este bar. Me percato que varios han volteado
a verme, no sólo por las flores sino también por el hecho de que debo abrirme
paso entre la gente para ubicar la mesa donde está Erika. Mientras avanzo
empiezo a dudar que ella esté soltera, apenas la conozco y no le he preguntado
mucho sobre su vida personal. Creo que mejor doy media vuelta, dejo las flores
en el auto y repito la entrada con mi caminata James Bond. Ya casi saliendo, a
pocos metros de llegar a la puerta veo que entra un grupo de amigos. Con la
suerte que tengo últimamente no me sorprendería que fuese Erika y sus amigos.
No me equivoco, ahí la veo entrar riendo, riquísima. El siguiente movimiento
debo hacerlo rápido y disimulado. Estamos a pocos metros uno del otro, casi
frente a frente. Algunos de sus amigos
ya me están viendo. Miro a mi izquierda, cruzo miradas con el barman y le lanzo
el ramo de rosas. Las atrapa con talento, como si estuviera preparando un cóctel
y las esconde. Me guiña el ojo, somos parte del club, estoy salvado por ahora. Me
reconoces y sonríes nuevamente mientras te acercas a abrazarme. Te digo algunas
palabras al oído, que estás preciosa, que esta noche la pasarás de seguro muy
bien, etcétera. Me presentas a todo el grupo, sólo recuerdo el nombre de un par
e identifico de inmediato a tu "mejor amigo". Obviamente es más joven
que yo y no parece para nada tímido, bromea con todos y hasta ha ordenado una
botella de whisky casi de inmediato. Se me ha adelantado el hijo de puta,
seguro quiere causar una buena impresión. Yo soy un lobo solitario en este
momento pero están todos en mi territorio. Espero tranquilo a que los tragos
relajen el ambiente, hablo sobre fútbol con dos muchachos y me divierto
haciendo las bromas propias del deporte, siempre mirando de reojo lo que hace
Erika. Pido otra botella para la mesa y cuando ésta llega todos celebran de
inmediato, preguntándose quién la ha pedido. Alzo la mano y disfruto de mi
nueva popularidad.
Te miro
Erika, me aplaudes a la distancia por el detalle, cruzamos miradas y te invito
ir a la barra conmigo haciendo un leve movimiento con la cabeza. Me entiendes y
me sigues. Una vez sentados frente al barman –que continúa haciendo malabares
con las botellas- me agradeces y brindamos. Noto que el whisky te ha subido
porque estás más sonriente y de vez en cuando me pierdes la mirada. Te pregunto
entre bromas por el chico ese que está siempre vigilándote. Me explicas que es
tu ex novio, hace dos meses que terminaron pero han decidido continuar como
amigos. Ahora tiene sentido, de hecho es mucho más peligrosa la presencia de un
ex que la de un “mejor amigo”. Pero no me importa, yo continuo haciéndote reír.
Veo que de pronto te pones pensativa, me dices que aún lo quieres y el tenerlo
cerca no te permite voltear la página como se debe. Bebo un poco de mi vaso, te
miro a los ojos y te cuento de mi ex. No de Manuela, ella que se joda con su
barbón. De Claudia. De cuánto la amé y lo mucho que aprendí con ella. A pesar
de los años y de las muchas personas y experiencias que llegan con ellos, nunca
la podré olvidar. Te cuento de las oportunidades perdidas y aprovechadas, de las
decisiones buenas y malas a lo largo de nuestra desafortunadamente corta vida,
que nos moldean poco a poco hasta llegar a hacernos quienes somos hoy. De
cuando te preguntas si es que valió la pena correr, detenerse, castigar, perdonar,
reír o llorar. Te cuento también de cómo el amor -cuando es bueno- nos alimenta
el alma, nos da ese brillo particular en los ojos, ese cosquilleo cuando
sentimos que suena el teléfono y sabemos por adelantado de quién se trata. De
que no estamos solos. Que sí existe la ilusión duradera y verdadera, tan ligada
a la confianza como el corazón a los recuerdos, que si se pierde algún día
recuperarlo es como querer reconstruir un espejo roto: a pesar de que lo
logremos siempre podremos ver las grietas y pedazos remendados.
Mientras
te hablo siento cómo te acercas de a pocos a mí, me miras con toda la atención
del mundo y sonríes relajada aún sin haberte dicho algo gracioso. Somos una
isla en este mar de tiburones. Juegas con tu cabello, mojas con disimulo tus
labios y tu mentón está un poco hacia arriba. Te tengo. Esperas mi siguiente
paso para terminar en un beso. Me acerco a tus labios sólo para darme el gusto
de saber que me deseas, siento tu aliento perfumado de fresa y whisky pero mi
boca da a parar a tu mejilla izquierda. No puedo hacerte esto, Erika. Por un
lado tengo el ego arriba sabiendo que todavía puedo conquistar a chibolas como
tú, pero por otro el remordimiento de que estoy aprovechando que estás dolida,
sensible, ebria. Veo que has cerrado los ojos, que esperabas a un hombre y que
quizás te he fallado. En estos casos no hay una segunda oportunidad, sé que me
iré solo a casa. El barman me está mirando con una cara como diciendo “¡Pero qué estás haciendo,
huevón!”. Lo ignoro.
Regresamos
a la mesa donde ya se han formado grupos pequeños de conversación. La botella
que ofrecí está casi vacía. Decido despedirme, me ofrecen ir con todo el grupo a
bailar a una discoteca pero les digo que debo manejar y no puedo beber más.
Pago la cuenta de la botella y te doy otro beso en la mejilla, Erika,
confundida, sé que no te lo esperabas. Mejor irme antes que sentirme miserable
por la oportunidad que acabo de perder.Tengo
un problema, mejor dicho dos. La conversación en la barra me ha traído a la
mente a Claudia. Tanto hablar de lo vivido contigo Claudita ha hecho que piense
nuevamente en nuestras locuras cuando éramos más jóvenes y despreocupados, de
cuántas promesas nos hicimos. Eras la mujer perfecta, por ti me hice hombre. Desde
que te perdí por imbécil no he vuelto a cometer el mismo error con otra mujer.
Siempre te lo agradeceré. El segundo problema es que cuando estoy en tragos
suelo llamar a amigos o amigas para joder o hablar de mis líos, a veces
despertándolos en plena madrugada. También mandar mensajes de texto –envalentonado
por el alcohol- a chicas que me gustan o a ex novias.Rosa
número doce, siento que te he defraudado. He regresado solo al auto, solo y
pensando en Claudita. Tomo el celular y te busco en la agenda, aún te conservo
con el nombre que te puse cuando estábamos juntos, Minita. Juego con el teclado del celular, enciendo el auto y pongo
cualquier radio que suene música romántica. Acabo de entrar en mi fase de
ahuevado y difícilmente saldré de aquí esta noche. Está sonando Woman, de John Lennon, qué gran canción.
Miro todavía tu nombre en la pantalla de mi celular. Hold me close to your heart, however distant
don't keep us apart. After all it is written in the stars... Ya
sin ninguna pizca de vergüenza que me pueda salvar, te escribo: “Te extraño Minita”. Send.
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