Mi mejor amigo se llama Julián. De niños
vivíamos casi uno al frente del otro. No estudiamos en el mismo colegio pero
todas las tardes jugábamos en una cancha de fútbol que creamos con tierra y
pintura amarilla sobre un terreno desocupado cercado por muros de ladrillo.
Jóvenes y avezados como éramos, trepábamos
el muro sin dificultad y jugábamos ahí por horas con otros niños de todos lados
de la ciudad que conocían el secreto del Maracaná,
como le llamábamos a la cancha.
Crecí
junto a Julián y siempre recordaré las veces que nos reuníamos para perseguir a
las chicas del colegio de monjas a la hora de salida. Con ellas aprendimos a
besar, a fumar, también a no ir a clases para escaparnos a la playa, volviendo
a casa y entrando rapidísimo a la habitación para que nuestros padres no nos
vieran con el uniforme sucio, los zapatos llenos de arena, con el pelo tieso,
seco y oliendo a mar. Cuántas semanas sin poder vernos ni jugar pelota porque
estábamos castigados. Sin gozar aún de inventos como Internet o el celular,
teníamos en nuestra imaginación una fuente infinita para distraernos y matar el
tiempo. Era la década de los noventas, muy buenos años, los mejores. Pensar que
nuestra primera borrachera fue en el cumpleaños de su papá cuando nos robamos
una botella de vodka de su almacén y nos fuimos a casa del gordo Iván a tomarla
entre cinco amigos mientras escuchábamos completo el Use your Illusion I y II de
Guns N’ Roses. Cuánto nos asustamos viendo al gordo tirado en el baño inconsciente sin que nadie ni nada pudiera
hacerlo reaccionar, tuvimos que arrastrarlo hasta su cama y caímos al piso de
la risa cuando despertó llorando pidiendo que llamen a sus papás.
Y pensar
también, Julián, que cuando estábamos en la universidad te fijaste en la chica
que me gustaba y la enamoraste. Creí en verdad que te odiaría por siempre pero
ahora sólo sonrío al recordarlo. Tiempos aquellos, cuando nos juntamos con unos
vagos de la facultad de Comunicaciones y formamos una banda de Rock. Nos
aburrimos de tocar todo el tiempo Mr.
Jones, la única canción que nos salía bien.
Nuestros
caminos tomaron rumbos diversos pero siempre al vernos era como si regresáramos
a nuestra canchita de fútbol. Y entonces volvíamos a ser niños. Te fuiste a vivir
a París y yo me quedé en la ciudad pero me fui a vivir solo. Regresaste una
primavera del 2007 y me llamaste para que te fuera a recoger al aeropuerto. Tu
papá había muerto y creo que nunca veré a un hombre tan frágil y destruido como
tú ese día. Estuviste unas semanas en tu casa para después volver a París,
estabas tan acostumbrado que a veces sin pensarlo te salían palabras en
francés, huachafo.
Hoy en ese
terreno donde existió nuestro querido Maracaná
hay un edificio moderno con un ascensor de paredes de vidrio que permite mirar
desde afuera a quienes suben y bajan, todos ajenos por completo al hecho de que,
bajo sus pies, parte de la generación que hoy mueve al mundo forjó su carácter.
Hace
unas semanas regresaste nuevamente, amigo mío, para cumplir uno de tus sueños,
ese por el que me cagaba de risa en tu cara siempre que lo mencionabas. Lo
tenías bien guardado o quizás yo me alejé un poco de todo. Ahora estoy sentado
en una banca de madera bien decorada escuchando Canon en Re tocada magistralmente por dos violinistas casi
adolescentes. Te veo Julián esperando de pie en el altar y sé que estás
aguantándote las lágrimas, maricón. Veo entrar a Raquel, una mujer alta y hermosa.
Cuando me la presentaste hace unos años en Madrid pensé que era una de tus tantas
aventuras con alguna francesa random.
Me equivoqué, ella era la elegida para que sentaras cabeza, y desde hoy será tu
esposa.
Carajo
Julián, yo que te he visto borracho vomitar en mi carro, que hemos andado por
el mundo con el pelo largo imitando a Eddie Vedder, sin un centavo en los
bolsillos y con los pantalones rotos y sueltos sólo para exhibir nuestros únicos boxers Calvin Klein, no puedo
creer que estés ahora ahí al final del pasillo mirando con cara de ganso
enamorado a Raquel, ella toda de blanco con los ojos brillándole de emoción y que
también te sonríe, como si fueran dos niños haciendo una travesura delante de
todos.
La
música me conmueve, me hace reflexionar sobre cuánto tiempo ha pasado y sigue
pasando frente a mis ojos. Me has dicho que seré el padrino de tu primer hijo.
Pobre crío, pero prometo que daré lo mejor de mí. Me doy cuenta que hay varios
amigos presentes en la iglesia, algunos con esposa e hijos. En qué momento lo
han hecho, mierda, qué rápido. Qué he estado haciendo yo en todo ese tiempo.
Luego
de la misa paso a felicitarte y me das un abrazo tan fuerte que casi escupo los
pulmones por la boca. No hace falta que lo digas hermano, sé que hoy es tu
momento, que eres feliz. Le beso las manos a Raquel, tienes al loco más noble
de todos como esposo, estoy seguro que sabrá cómo enamorarte todos los días de
su vida. En tu correcto español me agradeces y bromeas con picardía diciendo
que han llegado muchas de tus amigas solteras y que soy libre de intentarlo. Si
supieras cómo me estoy sintiendo últimamente respecto al amor. Que hace unos días le mandé un mensaje de
texto a Minita y todavía no me ha
respondido. Que, aunque me siento afortunado de estar siempre rodeado de gente
como ustedes que me quiere mucho, siento que mi corazón está destinado a latir
solo.
A pesar
de estas emociones encontradas decido quedarme en la fiesta y comparto la mesa
con algunos amigos de la universidad que han sido invitados. Hay mucho por
contar y ahora la estoy pasando genial. Cómo demonios se acuerdan de todos los
apodos que les poníamos a los profesores, de las fiestas después de parciales y
de finales, de las parejitas, los marcianos y los eternos estudiantes. Me da
gusto que a pesar de los años y distancia podamos seguir riendo como cuando
éramos estudiantes.
Miro
alrededor y me percato de que las amigas de Raquel ocupan dos mesas, pero desde
donde estoy no puedo ver bien si hay material interesante. Acaban de poner un
mix de salsas y de inmediato casi todos abandonan la mesa y saltan a bailar. Yo
me quedo conversando con Lucio, un buen amigo de facultad que antes de terminar
la carrera decidió dejar todo y estudiar cocina. Por lo que me cuenta veo que no
le ha ido nada mal. Sospecho que es alcohólico porque mientras hablamos se ha
terminado él solo media botella de vino. Sospecho que yo también lo soy porque
estoy por terminar la otra mitad de la botella.
La
fiesta está bastante avanzada, todos se ven alegres bailando alrededor de los
flamantes esposos. Mientras Lucio me comenta que está por abrir sus segundo
restaurante, siento una mano que me toma del brazo y me saca de mi sitio con
fuerza. Es Julián, a quien le falta cara para dibujar toda su sonrisa. Me lleva
a la pista, opongo resistencia pero él es más fuerte que yo. Nota mental: debo
hacer más pesas y dejar de verle tanto las tetas a Erika. En el centro del
escenario todos aplauden y cantan una salsa que no identifico pero parece
cubana. Mientras trato de hacerlo miro horrorizado cómo del otro lado del local
Raquel ha hecho lo mismo que Julián conmigo y está viniendo hacia mí con una
chica tomada del brazo. No tengo ganas de bailar, quiero escaparme e ir
corriendo a buscarte Minita. Sin
embargo no estás mal, chica de vestido violeta. Para nada mal. Veo que estás
avergonzadísima, apenas si me miras. Quiero decirte algo rápido, aunque sea mi
nombre, pero alguien nos empuja y quedamos a cinco centímetros uno del otro. Mis
padres me enseñaron a no ser descortés; te acerco mi mano izquierda y te tomo
suavemente de la mano y mi derecha bordea tu cintura subiendo hasta la mitad de
tu espalda desnuda. Ahora ruego que esa media botella agotada de vino no me
haga pisarte los pies. La gente aplaude más, tus amigas te gritan cosas
inentendibles y mis amigos me silban y corean como si estuvieran en el estadio.
Suspiro. Que comience el show.
[Siguiente capítulo: V. Conteo regresivo]
Definitivamente un historia que te atrapa. Espero que aun tenga para rato porque esta historia esta genial. Que sigan mas y muchas mas buenos capítulos ;P
ResponderEliminarGracias por leer y comentar, vuelve siempre!
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