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Diario de un perdedor: V. Conteo regresivo

[Capítulos anteriores: IIIIIIIV]


Ya reconozco la canción, no es cubana sino puertorriqueña: Conteo regresivo de Gilberto Santa Rosa. Uno, dos, tres, cuatro, pausa y cambio si recuerdo bien. Sí, eran cuatro tiempos y dos pausas. Así me enseñó Claudia en incontables noches de discoteca. Hombros y caderas moviéndose al ritmo pero sin pecar de Ricky Martin. Algo me dice que mis movimientos se asemejan más al de un muñeco de gelatina que al de un macho latino salsero. Maldito Lucio, no debí quedarme a beber contigo. Ahora sólo hay números en tu cabeza de una relación que no da para más. Qué carajos tiene el DJ para poner una canción así en una boda. Salsa bonita y coqueta; letra inapropiada, infame. Ella mientras tanto sigue sin mirarme.



Es joven pero no tanto como Erika, tiene los cabellos marrones y ondulados, ojos pardos, una linda sonrisa y apenas se ha maquillado -aunque no lo necesita-, tiene el rubor natural de una mujer en su etapa más fértil. Advierto que porta un collar dorado con un corazón. La observo con disimulo para no incomodarla y será mejor que me presente para romper el hielo, al fin y al cabo tenemos cosas en común: estamos en este lugar por el mismo motivo y somos dos víctimas de nuestros respectivos amigos. Me acerco como para contarle un secreto y le digo mi nombre. No sé si está aún nerviosa o ha bebido igual que yo porque me pregunta quién es Fabio. Casi enseguida se percata y con un gesto se disculpa. Un placer conocerte Catia, me gusta cómo suena y mejor así que recordarte como la-chica-del-vestido-morado-que-no-está-nada-mal. Algunas de tus amigas comienzan a bailar a nuestro costado y en poco tiempo cobras otra postura. Ya te vas moviendo con más soltura y las vueltas nos salen más naturales, puedo entonces apreciar la belleza de la abertura de tu vestido por atrás. Qué bien que sabías bailar Catia, me estás sacando la mierda. El fotógrafo “oficial” de la boda nos hace un gesto para que lo miremos y nos inmortaliza en tres tomas seguidas. Hace tiempo acepté que no soy fotogénico así que ni me preocupo en cómo posar. La canción está a punto de terminar, me pongo un siete sobre diez y a ti te pongo once.

Me alegra haber sobrevivido a los pasos, al vino y a tu espalda desnuda. Se me acerca Julián dando saltitos como si le picara el culo y me felicita por el baile. “Estás oxidado” me dice mientras me despeina y me presenta nuevamente a Catia. Los tres reímos y caminamos hacia una mesa grande donde están algunas de las amigas francesas de Raquel que probablemente están curiosas por conocer al chico gelatina. Sorprendentemente también me felicitan por el baile, al menos eso entiendo de su español no tan bueno como el de Raquel. Sólo puedo agradecerles y bromear diciendo que puedo dar lecciones de danza pero que cobro por hora. Claro que ni mi vieja pagaría para que le enseñe. No veo a mis amigos de universidad, seguramente están del otro lado envidiando mi suerte. Estoy sentado frente a Catia y aprovecho en preguntarle de dónde conoce a los esposos. Me cuenta que estudió en París y trabajó luego en la misma empresa que Julián. Yo en cambio le hablo de cómo fundamos orgullosos el Maracaná cuando éramos niños. Cruza las piernas y me escucha con atención, tiene una mirada fuerte que me pone nervioso por momentos –sobre todo cuando juega con su collar-, mis ojos me han traicionado en otras ocasiones similares. Me responde que su niñez fue junto a sus tres hermanos y primos en el campo, que en sus mejores recuerdos conserva las veces que ayudaba a su papá a recoger frutas de los árboles y que aprendió de muy chica a montar caballo. Una niña que dejó el olor de la hierba húmeda y la tierra fresca de las montañas por el de papeles recién impresos y café expreso de un estudio de abogados. Se respira en ti un aire de madurez y libertad que seguramente cuajaste en París. No estás segura si volverás allá pero tienes esa certeza de contar con un segundo hogar. Me caes muy bien Catia, no me atrevo a preguntarte la edad, no aún. Te extiendo la mano invitándote a bailar y entramos nuevamente a la pista entre la gente y las luces que parecen coquetear con tu vestido morado. Me muevo y trato de improvisar pasos para acercarme a ti pero tú lo percibes y me esquivas con elegancia. Creo que sabes perfectamente lo que haces y que eres consciente de que esa dificultad de acceso a una mujer vuelve loco a cualquier hombre.

No eres nada fácil de sorprender, si alguien pretendiera algo contigo deberá esforzarse. La pregunta es si es que yo estoy pretendiendo ahora algo contigo. Intento tomarte de la cintura para que te muevas a mi ritmo y zafas con una media vuelta y los brazos arriba. Hueles riquísimo, como si te hubieras bañado en agua de tulipanes. Acabo de ver a Raquel que riendo me señala con un dedo, como esas profesoras de colegio advirtiendo a un alumno que no se porte mal. La noche avanza sobre mi cabeza pero yo estoy distraído en tu contorneo, por momentos cierras los ojos y cantas la canción mientras bailas, señal que estás en confianza conmigo. Un punto a mi favor, no lo sé, con las mujeres es difícil predecir. Maldita sea, mis amigos se han acercado a arruinarme el plan y escucho que Lucio le dice a Catia que no se deje florear por mí. Te voy a quemar el restaurante nuevo, borracho de mierda. En una pausa de la fiesta ella me hace un gesto de despedida y se va a su mesa, yo resignado la veo y regreso con mis amigos.

De lejos puedo observar que se entretiene conversando con las francesas y unos primos de Julián que no podrían poner peor cara de arrechura. Algunos de mis amigos ya se despiden, comenzando por Lucio que ha pedido un taxi porque no puede manejar, yo diría ni siquiera caminar. Entre despedidas, abrazos e intercambios de números pierdo a Catia. A diferencia de mi actitud con Erika –chibola rica- con la que me hacía el importante y distraído, con Catia no me importa si quedo en ridículo esta noche, quiero preguntarle su número, conocerla más. Cruzo la pista de baile dejando en el aire a las francesas que me quisieron retener haciendo unos pasitos. La veo en un jardín a pocos metros hablando por celular. No asumir nunca algo por hecho, es una lección aprendida. Quizás esté llamando un taxi, puedo ofrecerme en llevarla a su casa. Ensayo un pequeño diálogo para cuando te des media vuelta y me veas. Catia, espero que no lo tomes a mal pero desearía volver a verte. Pero caminas hacia la salida del local, tengo pocos segundos para correr hacia ti. Ni siquiera volteas a ver, estas con las manos metidas en los bolsillos de tu saco y sigues caminando, tus tacos pisan suaves y no suenan en el césped húmedo que tan bien conoces. Estoy por gritar tu nombre para que te detengas un rato pero tengo un presentimiento y soy yo quien me detengo. La veo subir a un auto por el lado del copiloto y no alcanzo a distinguir quién conduce. No asumir. Pero si fuese el novio o al menos un caballero, habría bajado a abrirle la puerta. Ahora soy la pieza en tu rompecabezas que nunca hizo falta, que no encajará. Te volveré a ver, Catia.

[Siguiente capítulo: VI. Desde mi balcón]


Comentarios

  1. Anónimo8/6/12, 4:24

    Me ha gustado mucho este capitulo, en mi cabeza comenzó a rodar una película conforme iba leyendo y como se la letra me proyecte como no tienes idea. Estoy super pegada! mas capítulos!. Y como te comente deberías sacar un libro =D!. Seria uno de mis libros que llevaría a todas partes para distraerme y entretenerme.

    Éxitos! ;P

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  2. Sí que es una buena salsa, no te parece? Y me alegro que te guste la historia, vuelve cuando quieras :)

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  3. Mas capitulos!!

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