[Capítulo anterior: I. Manuela]
Se me
está cayendo el pelo. Luego de pasar la primera etapa de negación, me estoy
resignando a aceptar que el proceso irreversible de quedarme calvo ha
comenzado. Ni la marca de shampoo, ni el stress, la falta de sexo o el ser muy
pajero fueron argumentos suficientemente fuertes para explicar el fenómeno que
me sorprendió hace unas semanas mientras me duchaba, cuando luego de una viril
rascada de cabeza -con shampoo Marcadesupermercado-
vi que las palmas de mis manos parecían haber acariciado a un pastor alemán.
Los siguientes días fueron peores: en las mañanas veía mi almohada decorada de
cabellos y no precisamente de mujer -ya volverán esos días- y por las tardes
mientras trabajaba veía de vez en cuando cayendo tranquilos uno a uno, a veces
en pareja, mis nunca bien ponderados
hilos capilares.
No sé
cuánto afectará mi autoestima, me he vuelto un poco compulsivo mirando a cada
rato mis hombros para ahuyentar -o mejor dicho dejar partir- con una barrida de
mano a mis ex compañeros que adornaron de una u otra manera mi cabeza por
buenos años. Los extrañaré muchísimo. Me he planteado esto de la autoestima
porque hace una semana conocí a Erika en el gimnasio. Qué joven y rica que es.
Mujeres como ella me hacen reafirmar mi hipótesis de que los seres humanos seguimos
evolucionando físicamente. Las chicas de ahora resultan ser más altas y lo
tienen todo grande. Mierda, en mis épocas uno veía germinar sus senos
lentamente como dos limones tímidos que luego se transformaban explotando en
orgullosos melones, si es que me atrevo a
compararlos con frutas. Claro que algunas quedaban en la etapa limón y
debían competir con otros atributos o en el mejor de los casos enriquecer más
al cirujano plástico.
Mientras
Erika me hablaba yo tenía la mente ocupada en tres cosas: evitar mirarle las
tetas, controlar si mis hombros no tenían pelos y entender lo que me decía. En
ese orden. Mis armas de seducción se ven ahora amenazadas por mi recién
adquirida paranoia, que me distrae de todo movimiento estratégico y calculado.
Dejé a un lado tanto pensamiento inútil y le propuse ir a comer algo saludable
terminando la rutina de ejercicios. Si me aceptaba rápido podría asumir que
estaba soltera, que le gustaba un poco, que le transmitía confianza. Pero sé
que en la cabeza de una mujer pasan éstas opciones más otras diez, incluyendo
la nefasta y temida etiqueta de amiguitodelgym.
O sea, no sex for you, honey.
No
puedo creer que haya aceptado tan rápido mi invitación. Ese día fuimos por una
ensalada de frutas –ya me veo en su opción número seis: soy gay- y conversamos
un poco de nuestras vidas.
Sí que
eres linda Erika, cómo juegas con tus labios mientras hablas, los muerdes un
poco, los mueves a un lado cuando no entiendes mis bromas. Aún estás en la
universidad, cuánto piraña estará detrás de ti. Yo te presto atención, no
pretendo ni lanzarte piropos sobre tus piernas o tus labios, juego de a pocos
mis cartas, si no soy interesante entonces soy simplemente uno más.
Hace
dos días me diste tu número de teléfono y ni te he mandado un mensaje de texto.
Piensa en mí, Erika, aflora tu naturaleza femenina empezando a construir una novela
en torno a mí. Sí, soy un misterio, ando ocupado y si un día no me ves en el
gimnasio entonces estoy borracho o cogiendo, o las dos cosas. No puedo dejar
que te des cuenta de que me gustas mucho, sólo lo suficiente como para
prestarte atención y hacerte reír cada vez que te veo.
Hoy me
he visto al espejo para ensayar un nuevo peinado. Hoy es cumpleaños de Erika y
me ha mandado un mensaje de texto invitándome a un bar donde estará con sus
amigos de universidad. Ese bar lo conozco muy bien, he salido de ahí solo,
acompañado, caminando, tambaleando y hasta gateando. En términos futbolísticos,
jugaré de local. Podré recomendarte el trago de la casa y hacer que los chicos
de la barra te hagan algo especial, quizás cantemos todos a la medianoche tu
cumpleaños. Hoy no iré al gimnasio sólo para despertar tu incertidumbre, en
realidad estaré en casa haciendo planchas de última hora a ver si de una buena
vez se definen mis pectorales que por ahora compiten con el pecho de un gato
adulto. Tengo la duda si debo regalarte algo o no. No pareces muy complicada
aunque chicas como tú siempre me resultan ser las más locas.
Sus
amigos de universidad me tienen sin cuidado, confío en mi experiencia aunque
seguro tendré que aguantar chistes sobre mi edad. Yo lo he hecho cuando era más
joven, ya les tocará también a ellos. Solamente tendré que identificar al
“mejor amigo”, ese que siempre está para ayudarla y consolarla pero que en las
noches le dedica dos pajazos antes de dormir. Creo que no será difícil de
vencer. Con una chica como ella, debe estar cansado de “protegerla”. Hasta se
me ocurre llamar a una de mis amigas inquietas para ver si con eso lo
neutralizo. Pero el hecho de que Erika me vea llegando en pareja puede
enredarle todo lo que ya ha imaginado de mí.
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