Las cosas no andaban del todo bien en el taller de Don Pascual. Una semana atrás durante la madrugada habían entrado a robar -seguramente las llantas alemanas que acababa de comprar- y aunque se percató a tiempo para hacer huir a los ladrones, le habían estropeado la puerta de metal. Boris, su viejo pastor alemán, ni se dio cuenta. Aunque en el pasado había evitado varios tentativos de hurto, ahora estaba cada vez más perezoso y con menos reflejos. Pero Don Pascual no pensaba siquiera en despertarlo, luego de diez años acompañándolo desde las seis de la mañana hasta el fin de la jornada, se merecía todo el descanso del mundo.