26.6.12

Diario de un perdedor: VII. Buena suerte y hasta luego

[Capítulos anteriores: IIIIIIIV, V, VI]

Cuando te conocí supe que no podríamos ser sólo amigos. Esa boquita rubí  semiabierta como un botón de rosa cada vez que acomodabas tu cabello café me hizo perder la razón. Nunca me pude explicar bien por qué te hacían gracia mis bromas, si soy malísimo. Quizás porque me amabas. Jamás te lo dije, pero conquistarte fue una de las mejores experiencias de mi vida; cómo te hacías la difícil, la de la agenda ocupada, creo que me pasaría lo mismo si fuera mujer y tuviera tu belleza y carácter, lo entiendo perfectamente. Tampoco me explico por qué entre tantos pretendientes que tenías en esa época me elegiste a mí. Creo que sí me lo contaste una vez, que porque a pesar de ser un tipo torpe y a veces corriente, siempre fui transparente contigo. Sí, yo fui un transparente imbécil…

Ahora te veo con el maquillaje arruinado pero conservando esa mirada de gata que me fascina. Tus amigos me miran, no conozco a ninguno y peco de maleducado porque sólo los miro alzando un poco la mano y voy directo a ti. Ni siquiera tratas de disimular que has llorado, veo que sobre la mesa hay un papelito azul, ¿fue por eso que peleaste con el tipo que se acaba de ir? Han sido muchos años sin vernos Claudia, calculo que me he perdido de cinco o seis cumpleaños tuyos pero sigues igual de linda. Te pido salir a fumar un rato aun sabiendo que tú no fumas y que yo estoy intentando dejar de hacerlo.

No sé por dónde empezar, me encantaría borrar de inmediato esa expresión y hacerte sonreír con una de mis tonterías pero sé que estás pensando muchas cosas al mismo tiempo, como toda mujer. Afuera te sientas en una de las banquitas que están junto a la puerta del local, me pides disculpas por cómo te ves y me preguntas qué tal estoy. Qué te puedo decir Minita, la típica respuesta es que estoy bien, que me gusta mi trabajo, que tengo muchos planes para este año, etcétera. No sabes que mi vida ha cambiado tan poco desde la última vez que nos vimos. Sigo frecuentando el bar de Enrico, ya no tengo más deudas con los bancos pero mi sueldo sigue diluyéndose en reuniones y fiestas, como si la juventud me fuera a durar para siempre, he tenido aventuras y también amores pero ninguno como el tuyo. Sin embargo ahora me siento más seguro de mí mismo, no le tengo miedo a arriesgar. Que a veces tengo esas ganas absurdas te tener una familia e ir al estadio con mi hijo vestido igual a mí. Absurdas porque estoy solo y no sé qué mujer aceptará a un bohemio que vive como un imberbe veinteañero para formar un hogar. No es momento de saber cómo estás tú, la pregunta sería ridícula. Creo que con mis respuestas prefabricadas de cómo lleva la vida cualquier oficinista te has distraído un poco. Sí Minita, también he subido un poco de peso pero debido a que estoy en el gimnasio y gano músculo, no seas tan cruel conmigo. Ríes, lo he logrado. Te sugiero llevarte a casa si es que no te sientes con ganas de regresar al pub. Cómo te conozco, veo que has sonreído sabiendo que te he leído la mente. Me dices que entrarás a tomar tus cosas y yo debo entrar a pagar las croquetas y la sangría. Mis colegas me dicen que no me preocupe, que entienden la situación. Han puesto The Rolling Stones en concierto, buen sonido como me gusta pero últimamente me hace acordar el día que volví a ver a Manuela. Jódete, Mick Jagger.

Conduzco el auto de siempre,  el que nos llevaba a la playa cada verano. En el camino te veo de reojo, no juegas ni siquiera con la radio como solías hacerlo. Hay cosas que quizás el tiempo no pueda borrar, fue en el mismo asiento donde estás sentada que te traicioné con tu mejor amiga Sofía. Ese mismo donde una noche de Mayo me mandaste a la mierda antes de salir llorando del auto tirando un portazo cuando te enteraste. Cuando vivíamos la mejor época de nuestras vidas. Con todo derecho has retomado tu vida, mi karma ha sido el no poder volver a conseguir a quién confiarle mis sueños y miedos. Prefieres no hablar, sólo puedo ofrecerte mi silencio y compañía, no sé si aquel arrebatado era tu novio o pretendiente ni qué estaba escrito en ese papel azul que lo hizo reaccionar de ese modo. No tienes por qué contármelo, aunque yo nunca habría hecho una escena así, pienso que no. Tampoco tienes que decirme si recibiste mi mensaje la otra noche, qué pensaste o tal vez tienes un nuevo número.

Antes de llegar a tu casa bajo la velocidad y estaciono frente a un parque. Quiero decirte antes que te vayas que no esperaba volver a verte y que ha sido una gran sorpresa, espero que todo te vaya bien y que, aunque no lo creas, no dejaré de lamentarme el haberte perdido. Con toda razón me respondes que han pasado muchos años y que nuestras vidas ya tienen caminos diferentes, pero que a pesar de todo me conservas como un buen chico y en tu memoria los mejores recuerdos juntos. Gracias Minita, no sabes cuánto valor tienen tus palabras. Te quedas mirándome, observando cómo los años han pasado sobre mí, estás más calmada, tus ojos ya no están hinchados. Me acerco a despedirte y te robo un beso, no puedo evitarlo. No me esperaba ser correspondido, parecemos ahora dos locos comiéndose a besos como si el fin del mundo estuviera por llegar. Te amo. Dónde has aprendido a mover así los labios, jugar así con tu lengua. Con quién. Ya no interesa. Cuando comienzo a tocarte te detienes y te separas de mí, agitada. No hace falta que digas nada, ninguno estaba listo para verse el uno al otro esta noche. Sé que mañana seguirás con tu vida y yo con la mía, que quizás te llame el tipo de la mesa y te pida perdón. Y lo perdones. Él nunca sabrá lo que pasó luego que se fue, el corazón de una mujer puede guardar un secreto como éste para toda su vida.

Buena suerte Minita, hasta luego. Esta vez cierras delicadamente la puerta del auto y te veo entrar a tu casa sin voltear a mirarme. Manejo muy rápido y siento mis labios todavía latir de tanto que me has mordido. No escucho música, prefiero oír el motor de mi viejo auto abriéndose camino por las calles un sábado por la noche, como está tan acostumbrado a hacer. Llego a casa y no me desvisto. Ha sido una noche larga y aunque no he hecho mucho me siento agotado. Agotado mentalmente. Hoy he reído, festejado, conversado, callado, besado. Escribo un pensamiento en un post-it que está sobre mi mesa, curiosamente de color azul. Me sirvo un vaso de whisky,  saco una silla al balcón y me dejo caer sobre ella para beber mirando al mar. Veo el borde de la manga de mi camisa y noto que tiene una manchita con el color de tus labios, Minita. Respiro casi al mismo ritmo que las olas chocan con las rocas y no, no es que le haya echado sal a mi whisky, reconozco un par de lágrimas mías resbalando por mi cara. De hecho ahora admito que ha sido una noche corta, como es la vida, una noche para recordar, como tú.

[Siguiente capítulo: VIII. Bonita]

No hay comentarios :

Publicar un comentario