Hace dieciséis días que me reencontré con
Claudia. Desde que le robé ese beso que terminó siendo tan intenso como fugaz.
Tal vez no la vuelva a ver pero siento una tranquilidad dentro de mí como si
hubiera terminado una tarea que tuve por mucho tiempo pendiente. Han sido días
que he dedicado a distraerme en otros asuntos que no tengan relación con el
alcohol ni los cigarrillos. Puedo notar
que el gimnasio va reduciendo en algo mi vientre castigado injustamente durante
años por la cerveza, que las películas independientes no son tan malas como
pensé y que se puede hacer mucho un domingo por la mañana si no se está con
resaca. En resumen, estoy disfrutando de este período con mi soledad.
Hace también
dos semanas me sorprendió recibir la noticia que la empresa donde trabajo me iba
a costear completamente un diplomado en
Comercio Internacional que comienza hoy. Merecido o no, serán más de tres meses
de regreso a las aulas, los libros y exámenes. Está claro que la empresa tiene
interés en retenerme y que tarde o temprano me propondrá un ascenso, o como decimos
con los colegas, más dinero por menos vida. Es un diplomado internacional
dictado en inglés por lo que habrán profesores y alumnos de otros países, esto
quiere decir también que es probable que algunos querrán conocer la vida
nocturna de la ciudad. Yo podría ofrecerme de anfitrión, de todos modos éste
paréntesis tranquilo-hogareño y sobre todo sobrio es sólo un breve ciclo de mi
vida, ya he pasado por varios similares anteriormente y sé que el día menos
pensado despertaré sobre mi cama con la ropa de la noche anterior, con la
cabeza girando y apestando todo a Cuba Libre
-una especie de brebaje mortal para mí- pero tan contento como quien se da el
gusto de romper una dieta estricta a punta de comida chatarra.
Tráfico
de mierda, ya recuerdo por qué no suelo salir de trabajar a las seis de la
tarde sino después. A esta hora todo el mundo camina y maneja de un lugar a otro alocadamente, cruzándose y
moviéndose al ritmo de un ganado guiado por un pastor alcoholizado. Peor aun, no
tengo en el auto mis discos de The Doors
para distraerme en el camino hacia el local donde llevaré el curso que por
cierto no está para nada cerca de donde trabajo. Después de unas cuantas
puteadas a taxistas y lesionar mis oídos con las canciones pop de moda que
ponen las radios locales por más de cuarenta minutos, llego finalmente al
campus de la universidad donde recibiré la primera cátedra. Espero que esté lo
suficientemente interesante como para sacar lo más pronto de mi cabeza la voz
del maricón de Justin Bieber.
Estoy
sorprendido de ser uno de los primeros en llegar al salón luego de sobrevivir
al caos de las calles y aunque hoy ha sido un día pesado en la oficina, me
anima la sensación de volver a ser estudiante de algún modo y aprovechar mejor
el tiempo libre porque de lo contrario a esta hora estaría con unos amigos
hablando huevada y media mientras disfrutamos del happy hour en algún bar.
Toda mi
época universitaria le hui a las primeras filas y ahora tampoco cambiaré de
opinión, me he ubicado estratégicamente en una esquina, así puedo ver cómo van
llegando mis compañeros de clase. Me doy cuenta que lo de “clase internacional”
tiene mucho sentido: entra un grupo de cinco españoles como de mi edad y se sitúan
todos juntos en la fila del centro, a mi izquierda hay tres argentinos
quejándose exageradamente del tráfico de la ciudad. Acepto que la calle está
horrible muchachos pero yo he manejado en Buenos Aires y es la misma mierda.
Dos filas más delante de donde estoy veo a un par de chinos que han hecho
amistad rapidísimo, no les entiendo un carajo pero supongo que están
maldiciendo igual que los argentinos.
El
profesor entra en el auditorio y yo dejo de dibujar autos en los folletos que
me entregaron al ingresar. Según leí en la información de los cursos, es un
profesor de la Universidad de Montreal que ha participado en proyectos
importantes de comercio por Internet. No se ve muy viejo y aunque está
impecablemente vestido con un terno gris, su actitud es más bien informal y
relajada. Afortunadamente su acento no es tan marcado y puedo entenderlo sin
problemas sin embargo el cansancio me hace perder el hilo del tema por
momentos. Parece que van a ser tres largas horas.
Ya
vamos cuarenta minutos de clase y cuando estoy por mi tercer bostezo entra una
chica tratando de no llamar la atención. Imposible, haría falta cubrirla con un
velo de pies a cabeza para que pase desapercibida. Los españoles sincronizadamente
dejaron de sentarse como si estuvieran mirando fútbol por televisión en sus casas
y han tomado una postura más profesional por así decirlo. Hasta los chinos han
volteado sin reparos a observarla mientras se acomodaba en un asiento cerca a
ellos. Admito que me deslumbro fácilmente ante la belleza femenina pero ésta
vez es distinto. Lo sé, siempre pienso lo mismo. Pero insisto, ella tiene algo,
no podría explicar bien en qué radica ese encanto pero me despierta un interés
especial. Está algo lejos de mí, aun así puedo apreciarla con debido disimulo. Delgada
y de cabellos negros no tan largos, parece algo seria, se ve que ha corrido
porque se nota agitada y debe tener unos veintisiete años. Con esa falda crema
y blusita roja pintaría la luna para así al verla recordarla todas mis noches.
Soy un asco de poeta pero con suerte algunas mujeres aprecian mi cursilería
espontánea. Ella con naturalidad y completa femineidad saca un cuaderno
celeste, un lapicero y enfoca su atención en la clase. Dejo mi arrechura a un
lado y sigo su ejemplo para que tras unos diez minutos de apuntes el profesor
decida hacer un coffee break. Por lo
menos he dejado de bostezar. Antes de abandonar el aula para tomar café los
españoles la miran y pasan cerca, sonriendo entre ellos, los chinos -que han
hecho una química impresionante- se han quedado conversando y los argentinos me
llegan al pincho. Yo hasta ahora permanezco solo, como muchos otros. Puedo
aprovechar este momento para acercarme a ella y amablemente explicarle lo
sucedido en los cuarenta minutos que se perdió aunque ni yo tengo mucha idea de
lo que pasó. Avanzo por el pasillo hacia
la puerta de salida, sonriendo un poco para transmitir buena vibra y cuando
estoy a menos de un metro ella contesta su celular. Mierda, está hablando en
portugués y en lugar de reaccionar rápido me he quedado inmóvil de pie
prácticamente a sus espaldas. Tengo una media sonrisa, media cojuda, ella se ha
dado cuenta, voltea a verme y me pierdo por completo en sus maravillosos ojos
verdes. He hecho algo que por años practiqué para que no me sucediera: bajar la
mirada. Veo que al lado de su asiento está su bolso, tan crema como el color de su falda, y lleva escrito “Bonita”
en letras metálicas a bajo relieve. Todo esto ocurre en segundos pero como si
fuera una escena en cámara lenta después de la cual decido continuar el paso
esta vez acelerando para salir casi trotando del auditorio. Estoy alucinado.
Esta mujer ha hecho que me comporte como el más virginal de los hombres con
sólo una mirada, hasta me da vergüenza regresar. Converso con uno de los
argentinos durante el descanso mientras me recupero del suceso con “Bonita” y
me presenta al resto del grupo. Cambio de opinión, reo que me llevaré bien con
ellos, tienen muchas ganas de conocer los bares de la ciudad y al parecer saben
que han elegido a la persona indicada.
La
segunda parte de la clase está mucho más entretenida, he remplazado mis dibujos
infantiles por apuntes más coherentes, me he olvidado por completo de los
bostezos y de cuando en cuando la miro. Ella siempre atentísima a lo que dice
el profesor pero quizás está sólo mirando al frente y sumergida en pensamientos
vagos como yo en este momento. Termina todo por hoy, es hora de ir a casa, los
argentinos se despiden velozmente de mí y salen. Te veo cerrar el cuadernito
celeste con delicadeza, mirar tu celular y sin apuro aparente acomodar todo en
tu bolso. Dicen que la primera impresión cuenta para siempre y de ser así estoy
terminado. Voy a pasar de todos modos por tu lado, debo recordarme que no me
sucederá igual que con Catia, cada segundo cuenta desde ahora. Miro mi celular
y busco rápido algo que al menos haga que me regales una sonrisa. La tengo
“Bonita”, estoy a menos de un metro como si estuviéramos repitiendo la escena
de hace una hora sólo que ahora sí tengo mi parte: Olá, como está você?
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