20.7.12

Diario de un perdedor: IX. Samba para dos


[Capítulos anteriores: IIIIIIIV, V, VIVII, VIII]



Cierto es que no tenía un plan para continuar la conversación y menos en un idioma que conozco tanto como la comida típica de Uganda, pero también es seguro que no quería perder la oportunidad de saber quién era esta chica que sin esfuerzo alguno me sacó del letargo. Olá Adriana –te extiendo la mano-, qué manos tan suaves tienes, ¿te animarías a salir conmigo? No, esto último será mejor guardarlo para otra ocasión. Lo de manos suaves sí lo he soltado arriesgadamente en inglés como un cumplido aunque no esté seguro si te sentirás ofendida. Afortunadamente lo tomaste con naturalidad y ahora sí Adrianita te pido que continuemos en inglés  porque no te entiendo ni mierda. Has llegado de Porto Alegre hace tres días, no conoces prácticamente nada de la ciudad y hoy te perdiste en el camino a la universidad. Te escucho y pienso en todas las oportunidades que tendremos para pasarla bien juntos, me emociona imaginarlo y de hecho debo estar luciendo una cara de pervertido total.

Estarás recontra buena Adrianita y aunque yo esté un poco loco por conocerte no seré tan tonto de tirarme a la piscina el primer día, no soy viejo de pura casualidad. Luego de darte la bienvenida a la clase como si fuera el delegado oficial, me despido. Ya sabes mi nombre, yo el tuyo, soy tu primer compañero de clase, punto a mi favor. En el estacionamiento prendo un cigarrillo y después de unos minutos te veo subir a un taxi con algo de apuro. ¿A donde irás así con sólo tres días en ésta ciudad? No puedo esperar a mañana para volver a conversar.

He estado distinto esta mañana. Me he vestido prácticamente mirando al mar desde mi balcón sin importarme haber malogrado el día a alguien con mi aún flácida  y pálida desnudez, se me ha olvidado o mejor dicho no me ha provocado insultar a los taxistas en el camino y en la oficina cuando me han preguntado qué tal estuvo la clase de ayer he respondido “bonita”, sabiendo que sólo yo sé el doble significado de aquella palabra, así haya sonado un poco afeminado. Pienso una y otra vez en la corta conversación que tuve con Adriana, tengo la pésima costumbre que luego de conocer a una chica pienso después en que pude haberle dicho otras palabras o haberla mirado distinto. Huevadas mías que me vuelven menos productivo, hoy que quiero salir cuanto antes de aquí para verla. Aprovecho la hora de almuerzo para ir a un centro comercial y comprarme ropa decente a ver si logro impresionarla más tarde. Zapatos negros, pantalón gris oscuro y una camisa celeste serán mi armadura para esta noche. Un perfume también, por qué no. Carolina Herrera’s 212 Men fue mi fragancia por años hasta que me aburrí de ella pero me dio muchísimas satisfacciones, ahora que he visto el frasco he decidido volver con mi compañera de aventuras.Buena idea la de ponerme la nueva ropa en uno de los baños del centro comercial, frente al espejo como si de mi casa se tratara, me sorprende mi vocación nudista últimamente. También he comprado un maletín de cuero que reemplazará a mi viejo pero fiel maletín de nylon. Es sorprendente cómo una mujer te puede cambiar, desde el estado de ánimo, la rutina y hasta la vida. Mis colegas me observan pero no me comentan nada, sólo Deborah la secretaria del área me ha dicho que me veo guapo. Acepto entusiasmado el único cumplido femenino y me subiría más el ego de no ser porque Deborah tiene sesenta años y está medio ciega.  De todos modos no me he visto tan mal en el espejo del baño.

Maletín, ropa y 212 Men listos para su debut, creo que la actitud la tengo bien practicada o al menos sé fingir que no me cago de nervios. Me acerco a saludar a los chinos que nuevamente se han sentado juntos. Los españoles en esta ocasión están dispersos, sería mala suerte si Adriana se sienta al lado de uno de ellos, debo reconocer que en su mayoría son bien parecidos y por cómo la miraron ayer también son una amenaza. Los argentinos en cambio se alegran de verme y me preguntan qué tal ha estado la jornada, si estoy cansado como para que los lleve a un bar luego de la clase esta noche. Ni dos días esperaron para decírmelo, eso se llama espíritu jovial, o simples ganas de borrachera. El mismo profesor de la noche anterior entra con un traje azul impecable también, haciendo bromas rápidas y preparándose para comenzar tres horas de discusión y  yo que me muero por verla entrar. Transcurre la primera hora y nada, ni rastro de “Bonita”. El profesor es bueno, bromea mucho con todos especialmente con los chinos -que están muy cerca de él- y cuenta anécdotas de todo tipo constantemente, un tipo digno de imitar en actitud y gusto por vestir. Es una de las clases más entretenidas en las que he estado y si no fuera porque ella no está sería definitivamente la mejor clase en la que he estado. Hora del coffee break y pienso encontrarla afuera, buscándome para que le diga lo que se perdió. Nada. Carajo “Bonita” dónde estás, que se me arruga la camisa y se me va el 212 Men.


Termina el segundo día de clase pero con la desazón de no haber visto a Adriana, no pienso haber soñado si ayer vi claramente cómo todos voltearon a verla. Lo sé, mis estimados argentinos, es hora de ir por unos tragos. Uno de ellos tiene auto y les digo que me sigan, que los llevaré a un sitio que conozco bien. Pensé en ir al mismo bar de siempre, donde negué el beso a Erika, pero me vendría en mente ese recuerdo todavía fresco y el barman me haría sentir culpable de tamaña estupidez. Los llevo a una discoteca que a diferencia del bar es de una apariencia más moderna aunque igual de pequeña, con el piso transparente hecho de bloques de fibra de vidrio, enmarcado con barras delgadas de neón azul, el techo bajo con luces tenues y una pequeña pista de baile en uno de los extremos del sitio, animada por el DJ local que viste una horrenda camisa de flores. El lugar les ha gustado mucho al parecer y nos acomodamos en una mesa cerca a la pista de baile. Estoy por recomendarles unos tragos y me dicen si pueden comprar una botella de whisky. 

Empiezan a darme miedo estos argentinos. Acepto, cierro la carta de tragos y se la entrego a la mesera que está muy coqueta con ellos, de hecho ya se nota que se ha fijado en uno en particular, Matías. La botella llega rapidísima al igual que la cuenta, se niegan a que yo pague y les digo que por esta ocasión me dejaré invitar pero que tendremos tres meses para que yo haga lo propio y en más de una ocasión. Este pequeño discurso de agradecimiento-bienvenida es celebrado por Matías quien inicia el primer brindis. Efectivamente fue cortísimo mi período de abstinencia, no niego que lo disfruté mientras duró pero ahora toca conocer más gente, aprender de ellos y pasarla bien, es parte de la experiencia de vida, al menos como yo la conozco. 


La botella se consume en menos de una hora y ya estoy viviendo sus efectos, algo me dice que mañana no iré a trabajar y que con éstos locos nos reiremos recordando esta noche durante la clase. Matías ha ido a buscar a la mesera y ha vuelto con su número, me impresiona su efectividad. Se aburren rápido los gauchos conversando entre ellos y salen a probar suerte con un grupo de chicas que bailan solas y quienes al parecer también buscaban diversión porque los han aceptado de inmediato. Yo termino lo que queda de whisky y me acerco a la pista para observarlos. Matías, que había regresado a hablar con la mesera cerca de la barra vuelve y me dice para ir a acompañar a sus amigos, le respondo que no estoy de ánimo para festejar mucho. Por dentro me estoy resignando a pensar que Adriana tiene un novio, una chica como ella difícilmente está sola. Matías me da un pequeño empujón y de pronto me encuentro rodeado por los argentinos y las tipas que bailan un mix de The Rolling Stones. Creo que el DJ sólo tiene mal gusto en elegir sus camisas, porque de música sabe algo. A ritmo de Don’t stop –mi favorita de los Stones- ellas mueven seductoras y cantan empuñando una mano como si fuera un micrófono. Ninguna está fea. Los argentinos ya están autorizados para tomarlas por la cintura y acercarse a decirles cosas al oído. Me muevo con la ligereza y coordinación que el whisky me ha dado, pensando al mismo tiempo que esta canción ha sido banda sonora de tantas anécdotas de mi vida. No puede ser. “Bonita”, estás a medio metro de mí ondeando tan relajada tu espectacular cintura junto a otras dos chicas que no te has percatado que estoy a punto de rozar tu espalda bronceada. Medio metro y aún no se me arruga la camisa, espero que tampoco yo me encoja y pueda hacer de esta canción una vez más el fondo musical de una noche memorable. Jódete todavía, Mick Jagger.


[Capítulos anteriores: X. La mano de Dios]

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