4.7.12

Diario de un perdedor: VIII. Bonita

[Capítulos anteriores: IIIIIIIV, V, VIVII]

Hace dieciséis días que me reencontré con Claudia. Desde que le robé ese beso que terminó siendo tan intenso como fugaz. Tal vez no la vuelva a ver pero siento una tranquilidad dentro de mí como si hubiera terminado una tarea que tuve por mucho tiempo pendiente. Han sido días que he dedicado a distraerme en otros asuntos que no tengan relación con el alcohol ni  los cigarrillos. Puedo notar que el gimnasio va reduciendo en algo mi vientre castigado injustamente durante años por la cerveza, que las películas independientes no son tan malas como pensé y que se puede hacer mucho un domingo por la mañana si no se está con resaca. En resumen, estoy disfrutando de este período con mi soledad.


Hace también dos semanas me sorprendió recibir la noticia que la empresa donde trabajo me iba a costear  completamente un diplomado en Comercio Internacional que comienza hoy. Merecido o no, serán más de tres meses de regreso a las aulas, los libros y exámenes. Está claro que la empresa tiene interés en retenerme y que tarde o temprano me propondrá un ascenso, o como decimos con los colegas, más dinero por menos vida. Es un diplomado internacional dictado en inglés por lo que habrán profesores y alumnos de otros países, esto quiere decir también que es probable que algunos querrán conocer la vida nocturna de la ciudad. Yo podría ofrecerme de anfitrión, de todos modos éste paréntesis tranquilo-hogareño y sobre todo sobrio es sólo un breve ciclo de mi vida, ya he pasado por varios similares anteriormente y sé que el día menos pensado despertaré sobre mi cama con la ropa de la noche anterior, con la cabeza girando y apestando todo a Cuba Libre -una especie de brebaje mortal para mí- pero tan contento como quien se da el gusto de romper una dieta estricta a punta de comida chatarra.

Tráfico de mierda, ya recuerdo por qué no suelo salir de trabajar a las seis de la tarde sino después. A esta hora todo el mundo camina y maneja de  un lugar a otro alocadamente, cruzándose y moviéndose al ritmo de un ganado guiado por un pastor alcoholizado. Peor aun, no tengo en el auto mis discos de The Doors para distraerme en el camino hacia el local donde llevaré el curso que por cierto no está para nada cerca de donde trabajo. Después de unas cuantas puteadas a taxistas y lesionar mis oídos con las canciones pop de moda que ponen las radios locales por más de cuarenta minutos, llego finalmente al campus de la universidad donde recibiré la primera cátedra. Espero que esté lo suficientemente interesante como para sacar lo más pronto de mi cabeza la voz del maricón de Justin Bieber.

Estoy sorprendido de ser uno de los primeros en llegar al salón luego de sobrevivir al caos de las calles y aunque hoy ha sido un día pesado en la oficina, me anima la sensación de volver a ser estudiante de algún modo y aprovechar mejor el tiempo libre porque de lo contrario a esta hora estaría con unos amigos hablando huevada y media mientras disfrutamos del happy hour en algún bar.

Toda mi época universitaria le hui a las primeras filas y ahora tampoco cambiaré de opinión, me he ubicado estratégicamente en una esquina, así puedo ver cómo van llegando mis compañeros de clase. Me doy cuenta que lo de “clase internacional” tiene mucho sentido: entra un grupo de cinco españoles como de mi edad y se sitúan todos juntos en la fila del centro, a mi izquierda hay tres argentinos quejándose exageradamente del tráfico de la ciudad. Acepto que la calle está horrible muchachos pero yo he manejado en Buenos Aires y es la misma mierda. Dos filas más delante de donde estoy veo a un par de chinos que han hecho amistad rapidísimo, no les entiendo un carajo pero supongo que están maldiciendo igual que los argentinos.
El profesor entra en el auditorio y yo dejo de dibujar autos en los folletos que me entregaron al ingresar. Según leí en la información de los cursos, es un profesor de la Universidad de Montreal que ha participado en proyectos importantes de comercio por Internet. No se ve muy viejo y aunque está impecablemente vestido con un terno gris, su actitud es más bien informal y relajada. Afortunadamente su acento no es tan marcado y puedo entenderlo sin problemas sin embargo el cansancio me hace perder el hilo del tema por momentos. Parece que van a ser tres largas horas.

Ya vamos cuarenta minutos de clase y cuando estoy por mi tercer bostezo entra una chica tratando de no llamar la atención. Imposible, haría falta cubrirla con un velo de pies a cabeza para que pase desapercibida. Los españoles sincronizadamente dejaron de sentarse como si estuvieran mirando fútbol por televisión en sus casas y han tomado una postura más profesional por así decirlo. Hasta los chinos han volteado sin reparos a observarla mientras se acomodaba en un asiento cerca a ellos. Admito que me deslumbro fácilmente ante la belleza femenina pero ésta vez es distinto. Lo sé, siempre pienso lo mismo. Pero insisto, ella tiene algo, no podría explicar bien en qué radica ese encanto pero me despierta un interés especial. Está algo lejos de mí, aun así puedo apreciarla con debido disimulo. Delgada y de cabellos negros no tan largos, parece algo seria, se ve que ha corrido porque se nota agitada y debe tener unos veintisiete años. Con esa falda crema y blusita roja pintaría la luna para así al verla recordarla todas mis noches. Soy un asco de poeta pero con suerte algunas mujeres aprecian mi cursilería espontánea. Ella con naturalidad y completa femineidad saca un cuaderno celeste, un lapicero y enfoca su atención en la clase. Dejo mi arrechura a un lado y sigo su ejemplo para que tras unos diez minutos de apuntes el profesor decida hacer un coffee break. Por lo menos he dejado de bostezar. Antes de abandonar el aula para tomar café los españoles la miran y pasan cerca, sonriendo entre ellos, los chinos -que han hecho una química impresionante- se han quedado conversando y los argentinos me llegan al pincho. Yo hasta ahora permanezco solo, como muchos otros. Puedo aprovechar este momento para acercarme a ella y amablemente explicarle lo sucedido en los cuarenta minutos que se perdió aunque ni yo tengo mucha idea de lo que pasó.  Avanzo por el pasillo hacia la puerta de salida, sonriendo un poco para transmitir buena vibra y cuando estoy a menos de un metro ella contesta su celular. Mierda, está hablando en portugués y en lugar de reaccionar rápido me he quedado inmóvil de pie prácticamente a sus espaldas. Tengo una media sonrisa, media cojuda, ella se ha dado cuenta, voltea a verme y me pierdo por completo en sus maravillosos ojos verdes. He hecho algo que por años practiqué para que no me sucediera: bajar la mirada. Veo que al lado de su asiento está su bolso, tan crema como  el color de su falda, y lleva escrito “Bonita” en letras metálicas a bajo relieve. Todo esto ocurre en segundos pero como si fuera una escena en cámara lenta después de la cual decido continuar el paso esta vez acelerando para salir casi trotando del auditorio. Estoy alucinado. Esta mujer ha hecho que me comporte como el más virginal de los hombres con sólo una mirada, hasta me da vergüenza regresar. Converso con uno de los argentinos durante el descanso mientras me recupero del suceso con “Bonita” y me presenta al resto del grupo. Cambio de opinión, reo que me llevaré bien con ellos, tienen muchas ganas de conocer los bares de la ciudad y al parecer saben que han elegido a la persona indicada.

La segunda parte de la clase está mucho más entretenida, he remplazado mis dibujos infantiles por apuntes más coherentes, me he olvidado por completo de los bostezos y de cuando en cuando la miro. Ella siempre atentísima a lo que dice el profesor pero quizás está sólo mirando al frente y sumergida en pensamientos vagos como yo en este momento. Termina todo por hoy, es hora de ir a casa, los argentinos se despiden velozmente de mí y salen. Te veo cerrar el cuadernito celeste con delicadeza, mirar tu celular y sin apuro aparente acomodar todo en tu bolso. Dicen que la primera impresión cuenta para siempre y de ser así estoy terminado. Voy a pasar de todos modos por tu lado, debo recordarme que no me sucederá igual que con Catia, cada segundo cuenta desde ahora. Miro mi celular y busco rápido algo que al menos haga que me regales una sonrisa. La tengo “Bonita”, estoy a menos de un metro como si estuviéramos repitiendo la escena de hace una hora sólo que ahora sí tengo mi parte: Olá, como está você?


[Siguiente capítulo: IX. Samba para dos]

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