Llevo
despierto veinte minutos y casi diez mirándola dormir. Tiene un tatuaje en la
espalda, justo debajo del cuello, que se parece a una palmera pequeña. Apenas
si se le escucha respirar, por ratos jala la sábana hacia ella, acurrucándose
en mi lado favorito de la cama que parece haber sido suya desde siempre. Las
cortinas están cerradas pero se filtran caprichosos algunos rayos del sol que
parece querer espiarla dormir.
Odio la
extraña sensación de no saber cómo comportarme con una chica –hasta ayer- desconocida.
Claro que está la química en una conversación, las bromas, el duelo de miradas
y la calentura, pero esa combinación fuera de contexto es como meterse un shot de tequila en el desayuno. Solo
espero caerle igual de simpático que la noche anterior. Y viceversa.
No
demora mucho y se acerca hacia el balcón, desde donde estoy mirando la playa imaginándome
tendido largo y flácido sobre la arena como un pez varado. Le alcanzo el vaso
con agua y la miro de abajo hacia arriba, con torpe disimulo. Es más baja y
joven de lo que se veía en la reunión, el vestido rosado aunque un poco
arrugado le sigue definiendo el cuerpo correctamente. “Lindo depa” – me dice
antes de beber el agua. No me esfuerzo en inventar otra mejor respuesta que un “Gracias,
aunque todavía lo estoy arreglando”. Sonaré como un bastardo pero las chibolas
son fáciles de sorprender. Basta decir frases cortas, al grano y con seguridad.
Frases divertidas y bromas ensayadas que parezcan espontáneas. Frases coquetas
sin ser meloso o adulador, que las princesas son insoportables. No se me
ocurriría intentar algo así con una mujer de mi edad, que de tipos como yo han
tenido bastantes y están bien curtidas.
Hay un
protocolo que cumplir: no tocar, no intentar besar, mucho menos mencionar lo
que hicieron, así haya sido el mejor de los revolcones. Seamos sinceros, fue un
polvo, tan simple como sus seis letras y tanto ella como yo lo sabemos. Un
acuerdo firmado con el primer beso y sellado cuando tocamos la cama. Una vela que
de pronto se encendió y ardió maravillosamente hasta consumirse.
Le
pregunto si me acompaña a almorzar cerca de la playa en un par de horas pero
ella quiere irse a casa. No sabe cuánto se lo agradezco. No es que no me haya caído
bien, solo que tengo una flojera mental que me impide querer conocerla más en
este momento. Y aunque me llegue a gustar, es claro que no se corre sin antes
aprender a caminar. Vaya cuánto hemos corrido ya.
Mientras
manejo ella enciende un cigarro, baja la luna y deja que el viento juegue con
su pelo. Hay una botella vacía de champagne bajo sus pies y juega a hacerla
rodar, pensativa. Asumo que recuerda el último sorbo que nos lo bebimos juntos
antes de que se volviera loca y me mordiera el cuello. Lo asumo porque acaba de
voltear a ver mi cuello sin decirme nada.
No
vivía tan lejos de mi casa, en pocos minutos llegamos y nos despedimos chocando
las mejillas como buenos –nuevos- amigos. Le mandaré un mensaje de texto más tarde, estoy casi seguro que nunca me responderá. Cuando baja del auto veo lo bien
que trasluce su tanga blanca. Protocolo de mierda. Y me aclaró que no era una
palmera lo que lleva dibujado bajo su cuello sino una mariposa agitando las alas.
Como si hubiera intuido nuestro destino.
¿Y qué
fue de Bonita? Dos posibilidades, o estoy en su lista negra o no se ha
enterado de nada, porque ella también estuvo en la reunión de anoche…
Música: Alex Turner - Stuck on the Puzzle
Comentarios
Publicar un comentario