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Diario de un perdedor: XII. Sólo una noche

[Capítulos anteriores: IIIIIIIV, V, VIVII, VIII, IX, X, XI]

Llevo despierto veinte minutos y casi diez mirándola dormir. Tiene un tatuaje en la espalda, justo debajo del cuello, que se parece a una palmera pequeña. Apenas si se le escucha respirar, por ratos jala la sábana hacia ella, acurrucándose en mi lado favorito de la cama que parece haber sido suya desde siempre. Las cortinas están cerradas pero se filtran caprichosos algunos rayos del sol que parece querer espiarla dormir.

Aunque da la impresión de que despertará en cualquier momento, trato de hacer el menor ruido posible al bajar de la cama, luchando con las ganas dementes que tengo de mear. Cumplo a medias el objetivo de mantenerme silencioso porque cuando estoy regresando del baño suena la puta alarma del celular que olvidé desactivar. Ella despierta de inmediato, voltea y mira mi seductor aspecto: despeinado, desnudo y caminando de puntitas. Sonríe como si nada, me pregunta la hora y se sienta de un impulso, cubriéndose los senos con las sábanas. Me pongo rápidamente los pantalones con los que tropiezo –nuestras ropas están salpicadas por todo el piso de la habitación- y voy a la cocina, ofreciéndole un café expreso que ella cambia por un vaso con agua. Luego un intercambio fugaz de sonrisas  y cierro la puerta para que pueda vestirse tranquila.

Odio la extraña sensación de no saber cómo comportarme con una chica –hasta ayer- desconocida. Claro que está la química en una conversación, las bromas, el duelo de miradas y la calentura, pero esa combinación fuera de contexto es como meterse un shot de tequila en el desayuno. Solo espero caerle igual de simpático que la noche anterior. Y viceversa.

No demora mucho y se acerca hacia el balcón, desde donde estoy mirando la playa imaginándome tendido largo y flácido sobre la arena como un pez varado. Le alcanzo el vaso con agua y la miro de abajo hacia arriba, con torpe disimulo. Es más baja y joven de lo que se veía en la reunión, el vestido rosado aunque un poco arrugado le sigue definiendo el cuerpo correctamente. “Lindo depa” – me dice antes de beber el agua. No me esfuerzo en inventar otra mejor respuesta que un “Gracias, aunque todavía lo estoy arreglando”. Sonaré como un bastardo pero las chibolas son fáciles de sorprender. Basta decir frases cortas, al grano y con seguridad. Frases divertidas y bromas ensayadas que parezcan espontáneas. Frases coquetas sin ser meloso o adulador, que las princesas son insoportables. No se me ocurriría intentar algo así con una mujer de mi edad, que de tipos como yo han tenido bastantes y están bien curtidas.

Hay un protocolo que cumplir: no tocar, no intentar besar, mucho menos mencionar lo que hicieron, así haya sido el mejor de los revolcones. Seamos sinceros, fue un polvo, tan simple como sus seis letras y tanto ella como yo lo sabemos. Un acuerdo firmado con el primer beso y sellado cuando tocamos la cama. Una vela que de pronto se encendió y ardió maravillosamente hasta consumirse.

Le pregunto si me acompaña a almorzar cerca de la playa en un par de horas pero ella quiere irse a casa. No sabe cuánto se lo agradezco. No es que no me haya caído bien, solo que tengo una flojera mental que me impide querer conocerla más en este momento. Y aunque me llegue a gustar, es claro que no se corre sin antes aprender a caminar. Vaya cuánto hemos corrido ya.

Mientras manejo ella enciende un cigarro, baja la luna y deja que el viento juegue con su pelo. Hay una botella vacía de champagne bajo sus pies y juega a hacerla rodar, pensativa. Asumo que recuerda el último sorbo que nos lo bebimos juntos antes de que se volviera loca y me mordiera el cuello. Lo asumo porque acaba de voltear a ver mi cuello sin decirme nada.

No vivía tan lejos de mi casa, en pocos minutos llegamos y nos despedimos chocando las mejillas como buenos –nuevos- amigos. Le mandaré un mensaje de texto más tarde, estoy casi seguro que nunca me responderá. Cuando baja del auto veo lo bien que trasluce su tanga blanca. Protocolo de mierda. Y me aclaró que no era una palmera lo que lleva dibujado bajo su cuello sino una mariposa agitando las alas. Como si hubiera intuido nuestro destino.

¿Y qué fue de Bonita? Dos posibilidades, o estoy en su lista negra o no se ha enterado de nada, porque ella también estuvo en la reunión de anoche…

Música: Alex Turner - Stuck on the Puzzle


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