Difícil precisar qué era lo que más me gustaba de ella. Podría haber sido la fineza de su rostro, sus cabellos pardos o sus ojos verdes, que dibujaban una media luna cuando sonreía. Lunas que para mí eran como dos soles que alegraban mi ingenuo corazón colegial. Se llamaba Adriana y durante la escuela fue mi chica favorita, la protagonista de nuestra utópica historia de amor.