Llevo
despierto veinte minutos y casi diez mirándola dormir. Tiene un tatuaje en la
espalda, justo debajo del cuello, que se parece a una palmera pequeña. Apenas
si se le escucha respirar, por ratos jala la sábana hacia ella, acurrucándose
en mi lado favorito de la cama que parece haber sido suya desde siempre. Las
cortinas están cerradas pero se filtran caprichosos algunos rayos del sol que
parece querer espiarla dormir.