Mi afición por el fútbol nació –como en muchos
casos- gracias a mi padre, quien me llevó por primera vez al estadio cuando
cumplí cuatro años. Pronto comprendí y me acostumbré a los putamadre, joeputa, huevón, pásala, pongan huevos y
un largo etcétera que son a un partido de fútbol lo que una mordida de labios
es a un beso: se disfruta más, se siente mejor, más rico, más completo. Y
también comprendí que así como en el fútbol, la vida te pone en frente pruebas
y barreras, compitiendo quizás contra otros más fuertes y talentosos que tú.
Hay quienes se rinden en el camino, otros incluso antes de comenzar el partido.
Yo soy de los que termina lo que empieza, aunque tenga que perder.