8.4.20

Cuarentena

 

Cuarentena I
Esta mañana la estación del tren ya no olía más a cigarrillo y café, sino a alcohol en gel. Hay demasiados asientos libres, hay más tiempo a solas, hay menos smog. Todo está pasando muy lento, a dónde se ha ido el frenesí del siglo XXI.

Cuarentena II
Esta tarde en la estación me puse por primera vez una mascarilla. Casi me asfixio, tengo que acostumbrarme a sentir constantemente el calor de mi propio aliento. De regreso a casa veo mi reflejo en la ventana del tren y me he sentido frágil, minúsculo, débil. Quiero volver.

Cuarentena III
Somos diez haciendo fila para entrar al supermercado que aún no abre. Distanciados, calculando mentalmente ese afamado metro de distancia. La lluvia golpea mi mascarilla, acumulando humedad y apestando como nunca. El frío parece conminarnos a quedarnos en casa, pero el hambre no conoce de climas. Entraré, compraré y me iré corriendo a casa, sin hablar con nadie. Veo unas aves silbando y jugueteando entre los árboles. Las envidio.

Cuarentena IV
He ido descubriendo espacios de mi casa en los que me siento más cómodo para escribir y leer. La cocina por ejemplo tiene su encanto: la refrigeradora cerca, la luz del sol que va instalándose en un rincón diferente con el pasar de las horas. Hace un par de semanas habría preferido la sombra de un árbol o el pegajoso asiento de un bar.

Cuarentena V
Vuelvo a la oficina después de doce días. Las calles están más vacías, han desaparecido los deportistas, los fumadores y los dueños de perros. Tampoco veo a los ancianos del barrio que desafiaban la muerte, o quizá la buscaban, en sus paseos matutinos. Todavía reparten el diario Leggo en la estación y es un alivio no tener que agarrar el celular. Antes de subir al tren me espera un muro de hombres uniformados y rostros cubiertos. Me acerco alzando mi mano derecha que sostiene el salvoconducto. Uno de los militares hace un ademán para que me detenga. Sin mediar palabra, extiende su brazo hacia mi cabeza, apuntándome con una especie de pistola blanca que agarra con la firmeza de su entrenamiento bélico. Intuyo lo que está por suceder. Después de dos segundos y un beep mi suerte estará echada. Dispara.

Cuarentena VI
Hasta esta noche nunca me había detenido la policía. A doscientos metros de casa, antes de cruzar una avenida solitaria, fui interceptado por una patrulla. A pedido del oficial, que es mucho más joven que yo, presento mi documento de identidad y el permiso de tránsito. Tras esa mascarilla quizá se esconde miedo o preocupación, pero al igual que yo, él esta cumpliendo su trabajo. Después de cinco minutos me devuelve todo y me advierte “Vaya directamente a casa, con cuidado”. Tenga por seguro que no iré por un aperitivo, buenas noches.

Cuarentena VII
Cantar al aire libre haciendo muecas histriónicas o sacar la lengua a la gente por la calle es mucho más divertido con la mascarilla puesta. Creo saber que otros también lo hacen, puedo sospecharlo por alguna que otra mirada traviesa. De todos modos no quiero acostumbrarme a esto.

Esta serie de notas las escribí entre el 11 y el 27 de Marzo del 2020, durante el período de cuarentena en Milán, Italia. Las restricciones de circulación y actividades comerciales todavía se mantienen, hasta que las cifras de esta pandemia empiecen a descender progresivamente. Sigan las indicaciones de las autoridades y manténganse seguros, apartados de las multitudes.

#tuttoandrabene

Eduardo