De las catorce llaves que lo convertían en la persona menos silenciosa del edificio, Luca sabía a ojo cerrado con cuál accedía a la oficina del gerente. Lo que amaba de aquella estancia ubicada en el piso treinta eran las enormes ventanas que le otorgaban una vista panorámica de la ciudad y el hecho de poder leer el periódico tranquilamente acostado en la silla reclinable de cuero cada sábado que hacía la limpieza.