
Gonzalo se dio
cuenta de que estaba solo en la oficina. No era la primera vez que le pasaba,
ya en otras oportunidades sus colegas habían salido sin
despedirse. Quizás esta vez sí lo habían hecho, pero él solía abstraerse tanto frente a la pantalla de su computadora que el mundo real pasaba a un segundo plano. Se restregó los ojos y tomó el último sorbo de su Coca
Cola ya caliente. Miró el reloj de su escritorio: ocho y cuarenta y seis de la
noche. Había un sido un día largo y pesado pero ya era viernes, momento de relajarse.