Historia basada en hechos reales

Doctor, este será mi último mensaje y usted puede ser responsable de los crímenes que ocurran de aquí en adelante. Algo que me agobia desde aquella noche, más que la horrible escena grabada en mi memoria, es el pensar que puede estar repitiéndose en cualquier momento, como ahora que escribo esta carta. Yo no estoy demente ni tampoco soy un drogadicto. Admito que esa noche había bebido de más pero no era motivo para que me abrieran un expediente policial ni clínico. Antes de ese viernes yo tenía una vida normal, como la tiene cualquier chico de veintitrés años. Han pasado cuatro meses que para mí han sido un completo infierno. Le pido disculpas por haberlo golpeado la primera vez que acudí a su consultorio, sé que nada justifica la violencia, fue la impotencia de no poder lograr que usted me creyera. Estoy agotado mental y físicamente, agotado de que se burlen de mí, de que me llamen loco, de tener que tragar esas pastillas y la comida terrible que aquí sirven. No puedo ver ni siquiera a mis padres porque me pongo a llorar de inmediato y me da una crisis de nervios. La situación es insoportable. Antes de dar el siguiente paso, le contaré nuevamente lo que pasó la noche de ese viernes tres de octubre, el día que mi vida cambió para siempre.