En una relación a distancia lo mejor que se puede hacer, antes que aferrarse al amor, es aferrarse a la suerte, como el ingenuo y joven soldado que espera regresar vivo de la guerra para volver a besar a su novia.
El día que Santiago enfermó dos veces era justo el inicio de su cuenta regresiva para volver a su país. El cielo rebelde de Milán había desencadenado una lluvia torrencial la semana previa que le mojó hasta el rincón más íntimo de su ropa íntima, provocándole un resfriado fatal. La esperada llamada de larga distancia, que podría curar el desconsuelo de encontrarse en cama aliviando en soledad sus fiebres nocturnas, nunca llegó. Y cuando él, luego de vencer a su orgullo, marcó los doce números correctamente pero probablemente en el momento equivocado, nadie respondió. Entonces se sintió más enfermo, a la cabeza febril y delirante se le agregó un dolor extraño en el pecho, como el corazón saltando antes de un examen. Cerebro y corazón, razón y sentimiento, dos comandantes de nuestra vida que se turnan constantemente o trabajan en compañía para llevarnos por los caminos que se les antojan buenos. Si ambos están enfermos significa estar jodido por partida doble. Santiago pensó que a lo mejor la diferencia horaria, cruel constante en la fórmula del éxito (o fracaso) de cualquier amor que se pretenda conservar de lejos, podía ser el motivo de ausencia. Pero sus cuarenta grados de temperatura sirvieron para hacer volar rápidamente sus conclusiones: a veces el amor no reacciona al Jet lag y se queda siempre atrás, hasta perderse inevitablemente por completo.
La recordaba perfectamente, la primera y última ocasión que se habían visto era un año atrás, cuando él todavía no era un tipo espresso, al menos no que lo supiera. La chica italiana del perfecto español se acordó incluso del tema que quedó pendiente. “¡Somos la última generación romántica!” –se dijeron casi al mismo tiempo y rieron. Ella lo observaba atenta con sus hermosos ojos verdes, aunque un poco confundida, indecisa si Santiago le parecía un sujeto raro o interesante. La conversación no duró ni poco ni mucho, duró lo suficiente, como diría un viejo amigo que quizás se refería a sus propios problemas en la cama con su esposa. Santiago se despidió como lo hacen quienes se estiman, besándole ambas mejillas, gesto que ella apreció. Milán es, si uno quiere, una ciudad pequeña. Caminó por diez minutos hasta llegar a Naviglio Grande, uno de sus lugares favoritos. Entró a un bar, se sentó en una mesita fuera del local y, con la mirada clavada en el histórico canal de agua turbia, sonrió al descubrir que su café esta vez no le supo a tristeza.
Con esta historia cierro la colección de relatos cortos semanales mejor conocido como #cuentoexpreso. Muchas gracias por la compañía en este viaje que emprendí el año pasado. ¡Agárrense fuerte que viene mucho más en ViaexProsa!
No existen palabras que puedan definir la belleza de este cuento...me encantò!
ResponderEliminarMe alegro que así haya sido, vuelve siempre :)
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