5.2.14

El violinista [cuento corto]

el violinista


El pasillo desde la puerta hacia el altar estaba decorado con flores blancas que iluminaban aún más aquella noche especial. El novio sonreía nervioso, metía y sacaba las manos de los bolsillos para saludar a la distancia a los invitados que iban llegando. Conversaba por ratos con el sacerdote, quien con doscientas nupcias de experiencia encima, le hacía bromas para relajarlo. Mientras tanto, a pocos metros de ellos, dos músicos esperaban su momento impecablemente vestidos y con violín en mano.

Los minutos transcurrían y la novia no se presentaba. Uno de los padrinos sugirió que los violinistas tocaran alguna de sus mejores partituras para distraer a la expectante concurrencia. El órgano ubicado en lo alto de la iglesia, con la primera nota del Adagio de Albinoni, envolvió el recinto de solemnidad y provocó el silencio absoluto. El padre del novio parecía algo fastidiado, le comentó en voz baja a su hijo que la pieza era muy triste para un evento de esa importancia. Pero él no pareció escuchar su reclamo, a lo mejor no quiso hacerlo. Estaba, al igual que todos, quieto y observando atento, seducido por la melodía. La tardanza de la novia pasó entonces a un segundo plano, tanto así que cuando hizo su aparición se inquietaron solamente el cura y el fotógrafo. Luego de pocos segundos las personas se miraron entre sí, incluyendo los músicos, que no sabían si detenerse o continuar. Con una maniobra rítmica sorprendente cambiaron al popular Canon de Pachelbel, lo que provocó un par de aplausos espontáneos. Al hacer su entrada, ella tenía una sonrisa imborrable y ninguna señal visible de inquietud a diferencia de su futuro esposo.

“¿Cómo así los consiguieron? Son muy buenos” rumoreó una señora a su amiga refiriéndose a los intérpretes, que continuaban con su emotiva ejecución. La misma señora de hecho no había apartado la mirada del más joven de los violinistas que, con los ojos cerrados, parecía respirar el sonido que soltaba su artefacto musical, dejándose viciar por su perfume. Tenía una expresión de melancolía que no recordaba haber visto antes. La ceremonia continuó según lo planeado. El ajetreado sacerdote dio sus bendiciones, los novios se juraron amor eterno y las madres de los novios soltaron inevitablemente lágrimas de emoción. Los flamantes cónyuges se dieron nuevamente un beso y se entregaron a los fuertes aplausos de la conmovida asistencia. La música se reanudó para el deleite de todos, componiendo un marco perfecto, inolvidable. El canto de las cuerdas templadas se confundía entre carcajadas, bromas y vivas. Pocos escucharían lo que alguien por ahí había soltado inoportunamente: hubo un tiempo en el que el joven violinista y la novia se habían amado. Quienes sí escucharon voltearon a mirar al músico. Lo comprendieron todo. La pareja de recién casados abordó un auto blanco y partieron veloces hacia el local donde se celebraría la gran fiesta. Los últimos invitados dejaron la iglesia y más de uno podría haber jurado que a lo lejos se seguía escuchando una melodía bella pero triste, infinita.


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2 comentarios :

  1. Bellamente triste querido Eduardo, pero la vida es así, algunas veces nos toca llorar lo perdido y otras reír porque logramos ser amados por alguien, que pensamos imposible.
    Un abrazo siempre.

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    Respuestas
    1. Las emociones enmarcan nuestras vidas y según caminemos iremos contruyendo una historia única, la historia de nuestras vidas. Un abrazo querida Taty, gracias por visitar.

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