"No, el éxito no se lo deseo a nadie. Le sucede a uno lo que a los alpinistas, que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan, ¿qué hacen? Bajar, o tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible". -Gabriel García Márquez
Había recibido la llamada que esperaba. Luego de diez años fuera del país, Antonio “El Diamante” Garzón iba a dar un único concierto a estadio lleno y yo sería el único periodista que tendría el privilegio de entrevistarlo en su camerino antes de salir al escenario. Su representante me dijo que me enviaría por correo los detalles y condiciones de la reunión. De un momento a otro me volví la envidia de mis colegas y el engreído de mi jefe.
No eran buenas épocas para la revista en la que trabajaba y la gerencia confiaba en que la exclusiva con El Diamante significaría una recuperación en las ventas. Una de las condiciones era que yo debía ser el único presente en la estancia por lo que durante la semana previa tuve que llegar más temprano a la oficina para recibir clases relámpago de fotografía. Esa semana me la pasé también leyendo artículos y videos de Garzón. No quería repetir preguntas sino sacarle alguna confesión, una frase polémica de esas que van directamente en portada. El tipo era un fenómeno de la música romántica y en veinte años de trayectoria artística había recibido todos los premios importantes, cantado para presidentes y actuado en películas. Pese a que yo parecía más viejo, teníamos casi la misma edad, con la gran diferencia de que mis veinte años de trayectoria los había pasado endeudado y escribiendo artículos de mediano interés para la misma casa editora. Mis mejores logros habían sido mis tres hijos, mi matrimonio y un galardón periodístico por una investigación política que provocó un cambio de ministros en el gobierno anterior. Jamás he estado en Australia ni pasado veranos en Tailandia, mucho menos seducido modelos polacas quince años más jovenes que yo, cosas que sí había hecho repetidas veces el tal Garzón.
El día de la entrevista llegó y me presenté tres horas antes al estadio con una camisa nueva que me dolió pagar pero que pensé valdría la pena adquirir en caso consiguiera una foto con el famoso personaje. Si aparecía en la página central de la revista podría presumir con los amigos. El único problema es que no sabía quién podría tomarnos esa foto. El camerino estaba acondicionado en una de las tribunas donde habían armado el escenario y se podía escuchar el griterío de la gente que iba llegando. Faltando una hora para el concierto, uno de los encargados me dijo que El Diamante estaba por llegar y que tenía veinte minutos cronometrados para realizar la entrevista. Revisé mi cuaderno de apuntes, hice marcas innecesarias y torpes dibujos de animalitos en los bordes de las hojas. Cuando apareció Antonio Garzón me abrazó como a un viejo conocido y me preguntó mi nombre, pidiéndome que en adelante le llamase simplemente "Tony" y si me gustaría beber algo de whisky. Era más alto de lo que había pensado y su terno exageradamente impecable ofendía a mi camisa que tanto me dolió pagar. Se movía tranquilo por la habitación como si hubiese vivido ahí toda su vida. Entretanto yo lo seguía con la mirada, preguntándome cómo y cuándo iniciar porque los minutos iban pasando. Finalmente Tony se dejó caer en el sofá y brindamos por el feliz retorno al país. Se anticipó a consultarme qué tal era mi profesión y para no aburrirlo le conté algunas anécdotas graciosas del día a día. “Hoy he tenido un día malo” –me interrumpió de pronto. Le respondí de inmediato que yo también, que la presión por la entrevista era muy grande y estaba preocupado. Me preguntó si tenía familia y busqué en mi celular una de las fotos de mi cumpleaños. “Tienes suerte. A mí nadie me entendería si estoy preocupado” ¡Pero tienes millones en tu cuenta! –traté de animarlo. Él prosiguió: “Tengo solo dos opciones, escapar o sonreír para la foto, tal vez firmar un autógrafo. Luego se alejarán sin decir más porque les di lo que querían. Lo único que debes hacer es seguir cantando y sonriendo. Así funciona aquí, tienes que vivirlo para entenderlo”. El instinto periodístico me hizo preguntarle si confiaba en alguien. “Confío sólo en mis padres. Es triste cuando llegas a la conclusión de que casi todas las personas tienen un precio”. Me sirvió más whisky y me dijo en tono sugerente: “Ya tienes tu frase de portada”.
Cuando saqué la cámara no se incomodó, permaneció sentado y mirando mi cuaderno que al final ni abrí. Llegó el asistente para decirme que mi tiempo había terminado y El Diamante se incorporó de un salto cambiando completamente el semblante. Me dio la mano sonriendo y haciéndome un guiño me dijo que disfrutara el concierto. Salí del estadio apresurado y apagué el celular, presintiendo que no tardarían en llamar de la oficina. Lo único que quería era llegar cuanto antes a casa, junto a mi familia.
El día de la entrevista llegó y me presenté tres horas antes al estadio con una camisa nueva que me dolió pagar pero que pensé valdría la pena adquirir en caso consiguiera una foto con el famoso personaje. Si aparecía en la página central de la revista podría presumir con los amigos. El único problema es que no sabía quién podría tomarnos esa foto. El camerino estaba acondicionado en una de las tribunas donde habían armado el escenario y se podía escuchar el griterío de la gente que iba llegando. Faltando una hora para el concierto, uno de los encargados me dijo que El Diamante estaba por llegar y que tenía veinte minutos cronometrados para realizar la entrevista. Revisé mi cuaderno de apuntes, hice marcas innecesarias y torpes dibujos de animalitos en los bordes de las hojas. Cuando apareció Antonio Garzón me abrazó como a un viejo conocido y me preguntó mi nombre, pidiéndome que en adelante le llamase simplemente "Tony" y si me gustaría beber algo de whisky. Era más alto de lo que había pensado y su terno exageradamente impecable ofendía a mi camisa que tanto me dolió pagar. Se movía tranquilo por la habitación como si hubiese vivido ahí toda su vida. Entretanto yo lo seguía con la mirada, preguntándome cómo y cuándo iniciar porque los minutos iban pasando. Finalmente Tony se dejó caer en el sofá y brindamos por el feliz retorno al país. Se anticipó a consultarme qué tal era mi profesión y para no aburrirlo le conté algunas anécdotas graciosas del día a día. “Hoy he tenido un día malo” –me interrumpió de pronto. Le respondí de inmediato que yo también, que la presión por la entrevista era muy grande y estaba preocupado. Me preguntó si tenía familia y busqué en mi celular una de las fotos de mi cumpleaños. “Tienes suerte. A mí nadie me entendería si estoy preocupado” ¡Pero tienes millones en tu cuenta! –traté de animarlo. Él prosiguió: “Tengo solo dos opciones, escapar o sonreír para la foto, tal vez firmar un autógrafo. Luego se alejarán sin decir más porque les di lo que querían. Lo único que debes hacer es seguir cantando y sonriendo. Así funciona aquí, tienes que vivirlo para entenderlo”. El instinto periodístico me hizo preguntarle si confiaba en alguien. “Confío sólo en mis padres. Es triste cuando llegas a la conclusión de que casi todas las personas tienen un precio”. Me sirvió más whisky y me dijo en tono sugerente: “Ya tienes tu frase de portada”.
Cuando saqué la cámara no se incomodó, permaneció sentado y mirando mi cuaderno que al final ni abrí. Llegó el asistente para decirme que mi tiempo había terminado y El Diamante se incorporó de un salto cambiando completamente el semblante. Me dio la mano sonriendo y haciéndome un guiño me dijo que disfrutara el concierto. Salí del estadio apresurado y apagué el celular, presintiendo que no tardarían en llamar de la oficina. Lo único que quería era llegar cuanto antes a casa, junto a mi familia.
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