Mi afición por el fútbol nació –como en muchos
casos- gracias a mi padre, quien me llevó por primera vez al estadio cuando
cumplí cuatro años. Pronto comprendí y me acostumbré a los putamadre, joeputa, huevón, pásala, pongan huevos y
un largo etcétera que son a un partido de fútbol lo que una mordida de labios
es a un beso: se disfruta más, se siente mejor, más rico, más completo. Y
también comprendí que así como en el fútbol, la vida te pone en frente pruebas
y barreras, compitiendo quizás contra otros más fuertes y talentosos que tú.
Hay quienes se rinden en el camino, otros incluso antes de comenzar el partido.
Yo soy de los que termina lo que empieza, aunque tenga que perder.
Don’t
stop, baby don’t stop.
“Bonita” y sus amigas están cantando, yo las observo
sin nada de disimulo, se mueven alegres, dan pequeños saltos con sus tacos
enormes. Disfrutan el momento, saben que las miran y lo disfrutan aun más. Finalmente
me ves y me reconoces. Me acerco sonriendo y te digo en inglés que nos hiciste
mucha falta hoy en la clase. Qué huevón soy para soltarte una frase así, pero el
whisky me está desinhibiendo peligrosamente. Afortunadamente no me entiendes y me
pides que te repita. Welcome to my city!
te digo esta vez. Pero ahora la he jodido al extender los brazos al aire como
un súper huevón amanerado. Te ríes mucho y me imitas abriendo también los
brazos. Ahora reímos juntos. Qué ojos tienes, Bonita, verdes como un bosque
tropical en el que no me importaría perderme. Me presentas a tus amigas, todas de Porto
Alegre como tú. Qué ricas pueden ser las brasileñas y qué enfermo puedo ser yo
para no pensar en otra cosa. Te comento que estoy con otros compañeros de
clase, no sé si me convenga en este momento presentarte a los argentinos pero
de cualquier modo los conocerás. Claudio, Matías –enganchadísimo todavía con la
mesera- y Sebastián.
No
necesito ser muy observador para darme cuenta que Claudio y Bonita han hecho
química de inmediato. Le hace cumplidos cada tres segundos y reír cada cinco. Ella es toda su
atención y se lo hace notar. Están bien equivocados estos parrilleros si creen
que van a jugar de visita y ganar. Yo no estreno ropa y perfume por gusto. Es
más, voy a emular a su ídolo deportivo, el gran Diego Maradona, que a pesar de
ser casi un enano para el fútbol se convirtió en héroe de dos continentes e
ídolo mundial. Recuerdo vagamente ver por TV su famosa “mano de Dios”, con la
que anotó contra Inglaterra en el Mundial del ’86. Pequeño él, sabiendo que no alcanzaba
a cabecear la pelota para superar al arquero pero habilidoso como
era, se ayudó con la mano para convertir y sacar a los ingleses de carrera. Bueno,
no seré Maradona pero quizás mi talento radique en el ingenio. Voy de prisa a
la barra a pedir dos tragos para nuestra mesa, donde están las brasileñas y
Claudio, a quien vi sacarse un anillo del dedo antes de entrar al local. Hijo
de puta, seguro estás comprometido o casado y piensas que puedes salirte con la
tuya fuera de casa. Pido dos Caipirinhas,
una para mí y otra para Bonita. Que se lo lleve la mesera y se lo entregue de
parte del chico guapo de la barra -osea yo-, como en las películas.
Preparan
los tragos, los ponen delante de mí y los observo. Buena presentación, buena
cantidad de alcohol, ella lo apreciará. Alguien me toca el hombro. Seguro es
Adriana que mandó a rodar al argentino y quiere pasar la noche conmigo. Carajo,
sabía que el 212 Men era efectivo
pero no tanto. Me volteo y no puedo esconder mi sorpresa. Es Catia, la chica-del-vestido-morado-que-no-está-nada-mal,
la del matrimonio de Julián, que me mira también sorprendida. Cómo me has
reconocido, qué gusto verte de nuevo, ¿nos besamos? Te ofrezco la Caipirinha de Bonita, te digo que era para
un amigo pero puede esperar. Total, un gran reencuentro como éste se debe
celebrar de algún modo. No sé de qué gran reencuentro hablo si sólo nos hemos
visto, hablado y bailado una vez en nuestras vidas. Aceptas y brindamos por los
amigos en común, me haces sentir un poquito más mierda porque desde el
matrimonio de Raquel y Julián no sé nada de ellos y a quienes debo agradecer el
que hoy esté hablando contigo. Mientras me cuentas que estás pensando
regresarte a París el próximo año yo veo de reojo a la mesa donde han quedado
solos Claudio y Adriana. Creo que he perdido por walk over, por no entrar a jugar, sin siquiera probar, la
humillación absoluta.
Estás
sola Catia, no te preguntaré por qué, debo eliminar esa idea machista de pensar
que una mujer no puede decidir simplemente entrar sola por un trago a un bar.
Me preguntas si te puedo acompañar un rato afuera a fumar. Me parece buena
idea, así dejo de castigarme con la escena de la nueva pareja sudamericana. Afuera
está fresco, tú estás guapísima y ahora luces más joven sin mucho maquillaje.
No te contaré que aquella noche del matrimonio te seguí hasta la puerta, que me
impresionaste y que quería tanto conocerte. No te lo contaré porque no es el
momento correcto, porque me creerías loco. Fumas con estilo e imagino a esos
labios con brillo, que apenas rozan el cigarro, tocar los míos. Como en la
primera ocasión que hablamos, me siento a gusto conversar contigo, ya no me
incomoda tu mirada fija ni me distraigo cuando juegas con tu cadenita que esta
tan cerca de tus pechos. Me animo también a fumar, no sin antes pedirte un par
de pitadas de tu cigarrillo, quizá lo más cerca que puedo estar de tus labios
esta noche.
No eres
tú, Catia, soy yo. Mi problema en este momento está allá adentro y se llama
Adriana y le digo Bonita y me estoy volviendo loco de pensar que un argentino a
quien yo mismo presenté puede estar a punto de besarla. Te pido me disculpes
unos minutos, mintiéndote que voy a decirle algo importante a un amigo. Entro y
veo hacia la mesa, ellos aún siguen hablando pero apenas Adriana me mira, se
levanta y sonriendo me toma de la mano para llevarme a bailar, ante la mirada
confundida de Claudio. Quizá exageraste tu discurso, pibe, ahora mira cómo lo hacen los chicos grandes y aprende. Me
olvido por un instante de Catia y tomo a Adriana por la cintura, se mueve y
salta siempre con los tacones enormes. No me intimida que sea dos centímetros
más alta que yo y ensayo mis pasos mejor aprendidos de latin pop. Vuelta y mambo incluidas. Una, dos y tres canciones
seguidas, hemos formado un círculo, bailamos todos juntos y al lado de Adriana
aparece Claudio con la camisa más abierta dejando lucir una cadena dorada. Así
que no te rindes muchacho, espero que juegues limpio y te ganes la atención de
la dama honestamente, con clase. Como en los viejos tiempos. Como debió seguir
siendo. Estoy listo para responder tamaño desafío pero me acuerdo repentinamente
de Catia. Mierda, espero que todavía esté afuera. Les digo a Adriana y al resto
que ya vuelvo, que el baño, que me estoy meando y salgo corriendo apurado
Nada.
Catia se ha ido. Veo a ambos lados de la calle y ni rastro de ella. Sin embargo
cruzando la avenida, entrando a una calle, distingo su silueta. Es ella, si
corro la puedo alcanzar. No sé qué excusa inventaré, tan sólo quiero
disculparme por dejarla esperando. Los autos no me dejan cruzar rápido, borracho de mierda, me gritan cuando
sorteo las máquinas como un desesperado. Te alejas cada vez más y sé que debo
apurarme para no perderte. No de nuevo. Terminando de cruzar el segundo tramo
de la avenida, que va en dirección contraria a la primera veo que detrás hay un
tipo que me hace señas y trata de alcanzarme. No sé quién eres pero si estás
detrás de Catia haces mal en detenerme. En poco tiempo la situación se ha
convertido casi en una persecución: yo detrás de Catia y el tipo detrás mio,
ahora furioso. Me volteo y lo enfrento, seguro es el típico ex novio celoso que
no hace ni deja hacer. Se ve realmente enojado y es más grande que yo. En qué
lio me he metido, por la puta madre. Se frena delante mío, yo con el cuerpo
rígido como un calambre listo para cualquier golpe. “Te has ido sin pagar la
cuenta” me dice ofuscado. Veo detrás y casi la pierdo de vista. Pago apurado
las Caipirinhas, no te quedes con el
cambio que te lo pediré cuando vuelva y para la próxima no hagas tanto
escándalo que mis amigos aún están en tu local. Huevón. Retomo mi carrera y me
sorprendo de mi agilidad. Faltando dos cuadras para alcanzarte grito tu nombre,
que hace eco en la calle vacía. Tú sigues caminando y cuando por fin te alcanzo
me doy cuenta que sólo eres una chica asustada pensando que soy un depravado.
No vayas a gritar por favor, te confundí de persona. De hecho me confundí por
completo esta noche.
Cansado
y sintiéndome mal por dejar a Catia sola, decido caminar de regreso al bar,
pensando en que probablemente Claudio y Adriana estén ahora besándose. Por
dármelas de jugador me quedado sin una ni otra. Quizá mi fortuna radique en las
oportunidades pero en mi indecisión está mi desgracia. Entro al local y el tipo
que me persiguió me alcanza el cambio de los tragos y se disculpa por el mal
rato. Está bien, al final no me malograste ningún plan. Veo que la mesa está
vacía y en la pista de baile no reconozco a ninguno, ni siquiera están las
chicas con las que comenzaron la noche los argentinos. Esto sólo confirma mi
infeliz situación. Ahora me queda tomar mi saco y salir al menos dignamente,
mañana me tomaré el día libre y tendré tiempo de pensar en detener de una puta
vez este estilo de vida. Antes de irme veo la mesa, testigo de lo que ocurrió y
no quiero enterarme. Me llama la atención un papelito debajo de una copa vacía:
“Fabio: 992533400. See u tomorrow, A.”. Sonrío. Cómo te quedó el ojo, pibe.
[Siguiente capítulo: XI. La novia]
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