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Diario de un perdedor: X. La mano de Dios

[Capítulos anteriores: IIIIIIIV, V, VIVII, VIII, IX]

Mi afición por el fútbol nació –como en muchos casos- gracias a mi padre, quien me llevó por primera vez al estadio cuando cumplí cuatro años. Pronto comprendí y me acostumbré a los putamadre, joeputa, huevón, pásala, pongan huevos y un largo etcétera que son a un partido de fútbol lo que una mordida de labios es a un beso: se disfruta más, se siente mejor, más rico, más completo. Y también comprendí que así como en el fútbol, la vida te pone en frente pruebas y barreras, compitiendo quizás contra otros más fuertes y talentosos que tú. Hay quienes se rinden en el camino, otros incluso antes de comenzar el partido. Yo soy de los que termina lo que empieza, aunque tenga que perder.

Don’t stop, baby don’t stop. Bonita” y sus amigas están cantando, yo las observo sin nada de disimulo, se mueven alegres, dan pequeños saltos con sus tacos enormes. Disfrutan el momento, saben que las miran y lo disfrutan aun más. Finalmente me ves y me reconoces. Me acerco sonriendo y te digo en inglés que nos hiciste mucha falta hoy en la clase. Qué huevón soy para soltarte una frase así, pero el whisky me está desinhibiendo peligrosamente. Afortunadamente no me entiendes y me pides que te repita. Welcome to my city! te digo esta vez. Pero ahora la he jodido al extender los brazos al aire como un súper huevón amanerado. Te ríes mucho y me imitas abriendo también los brazos. Ahora reímos juntos. Qué ojos tienes, Bonita, verdes como un bosque tropical en el que no me importaría perderme.  Me presentas a tus amigas, todas de Porto Alegre como tú. Qué ricas pueden ser las brasileñas y qué enfermo puedo ser yo para no pensar en otra cosa. Te comento que estoy con otros compañeros de clase, no sé si me convenga en este momento presentarte a los argentinos pero de cualquier modo los conocerás. Claudio, Matías –enganchadísimo todavía con la mesera- y Sebastián.

No necesito ser muy observador para darme cuenta que Claudio y Bonita han hecho química de inmediato. Le hace cumplidos cada tres segundos y reír cada cinco. Ella es toda su atención y se lo hace notar. Están bien equivocados estos parrilleros si creen que van a jugar de visita y ganar. Yo no estreno ropa y perfume por gusto. Es más, voy a emular a su ídolo deportivo, el gran Diego Maradona, que a pesar de ser casi un enano para el fútbol se convirtió en héroe de dos continentes e ídolo mundial. Recuerdo vagamente ver por TV su famosa “mano de Dios”, con la que anotó contra Inglaterra en el Mundial del ’86. Pequeño él, sabiendo que no alcanzaba a cabecear la pelota para superar al arquero pero habilidoso como era, se ayudó con la mano para convertir y sacar a los ingleses de carrera. Bueno, no seré Maradona pero quizás mi talento radique en el ingenio. Voy de prisa a la barra a pedir dos tragos para nuestra mesa, donde están las brasileñas y Claudio, a quien vi sacarse un anillo del dedo antes de entrar al local. Hijo de puta, seguro estás comprometido o casado y piensas que puedes salirte con la tuya fuera de casa. Pido dos Caipirinhas, una para mí y otra para Bonita. Que se lo lleve la mesera y se lo entregue de parte del chico guapo de la barra -osea yo-, como en las películas.

Preparan los tragos, los ponen delante de mí y los observo. Buena presentación, buena cantidad de alcohol, ella lo apreciará. Alguien me toca el hombro. Seguro es Adriana que mandó a rodar al argentino y quiere pasar la noche conmigo. Carajo, sabía que el 212 Men era efectivo pero no tanto. Me volteo y no puedo esconder mi sorpresa. Es Catia, la chica-del-vestido-morado-que-no-está-nada-mal, la del matrimonio de Julián, que me mira también sorprendida. Cómo me has reconocido, qué gusto verte de nuevo, ¿nos besamos? Te ofrezco la Caipirinha de Bonita, te digo que era para un amigo pero puede esperar. Total, un gran reencuentro como éste se debe celebrar de algún modo. No sé de qué gran reencuentro hablo si sólo nos hemos visto, hablado y bailado una vez en nuestras vidas. Aceptas y brindamos por los amigos en común, me haces sentir un poquito más mierda porque desde el matrimonio de Raquel y Julián no sé nada de ellos y a quienes debo agradecer el que hoy esté hablando contigo. Mientras me cuentas que estás pensando regresarte a París el próximo año yo veo de reojo a la mesa donde han quedado solos Claudio y Adriana. Creo que he perdido por walk over, por no entrar a jugar, sin siquiera probar, la humillación absoluta.

Estás sola Catia, no te preguntaré por qué, debo eliminar esa idea machista de pensar que una mujer no puede decidir simplemente entrar sola por un trago a un bar. Me preguntas si te puedo acompañar un rato afuera a fumar. Me parece buena idea, así dejo de castigarme con la escena de la nueva pareja sudamericana. Afuera está fresco, tú estás guapísima y ahora luces más joven sin mucho maquillaje. No te contaré que aquella noche del matrimonio te seguí hasta la puerta, que me impresionaste y que quería tanto conocerte. No te lo contaré porque no es el momento correcto, porque me creerías loco. Fumas con estilo e imagino a esos labios con brillo, que apenas rozan el cigarro, tocar los míos. Como en la primera ocasión que hablamos, me siento a gusto conversar contigo, ya no me incomoda tu mirada fija ni me distraigo cuando juegas con tu cadenita que esta tan cerca de tus pechos. Me animo también a fumar, no sin antes pedirte un par de pitadas de tu cigarrillo, quizá lo más cerca que puedo estar de tus labios esta noche.

No eres tú, Catia, soy yo. Mi problema en este momento está allá adentro y se llama Adriana y le digo Bonita y me estoy volviendo loco de pensar que un argentino a quien yo mismo presenté puede estar a punto de besarla. Te pido me disculpes unos minutos, mintiéndote que voy a decirle algo importante a un amigo. Entro y veo hacia la mesa, ellos aún siguen hablando pero apenas Adriana me mira, se levanta y sonriendo me toma de la mano para llevarme a bailar, ante la mirada confundida de Claudio. Quizá exageraste tu discurso, pibe, ahora mira cómo lo hacen los chicos grandes y aprende. Me olvido por un instante de Catia y tomo a Adriana por la cintura, se mueve y salta siempre con los tacones enormes. No me intimida que sea dos centímetros más alta que yo y ensayo mis pasos mejor aprendidos de latin pop. Vuelta y mambo incluidas. Una, dos y tres canciones seguidas, hemos formado un círculo, bailamos todos juntos y al lado de Adriana aparece Claudio con la camisa más abierta dejando lucir una cadena dorada. Así que no te rindes muchacho, espero que juegues limpio y te ganes la atención de la dama honestamente, con clase. Como en los viejos tiempos. Como debió seguir siendo. Estoy listo para responder tamaño desafío pero me acuerdo repentinamente de Catia. Mierda, espero que todavía esté afuera. Les digo a Adriana y al resto que ya vuelvo, que el baño, que me estoy meando y salgo corriendo apurado

Nada. Catia se ha ido. Veo a ambos lados de la calle y ni rastro de ella. Sin embargo cruzando la avenida, entrando a una calle, distingo su silueta. Es ella, si corro la puedo alcanzar. No sé qué excusa inventaré, tan sólo quiero disculparme por dejarla esperando. Los autos no me dejan cruzar rápido, borracho de mierda, me gritan cuando sorteo las máquinas como un desesperado. Te alejas cada vez más y sé que debo apurarme para no perderte. No de nuevo. Terminando de cruzar el segundo tramo de la avenida, que va en dirección contraria a la primera veo que detrás hay un tipo que me hace señas y trata de alcanzarme. No sé quién eres pero si estás detrás de Catia haces mal en detenerme. En poco tiempo la situación se ha convertido casi en una persecución: yo detrás de Catia y el tipo detrás mio, ahora furioso. Me volteo y lo enfrento, seguro es el típico ex novio celoso que no hace ni deja hacer. Se ve realmente enojado y es más grande que yo. En qué lio me he metido, por la puta madre. Se frena delante mío, yo con el cuerpo rígido como un calambre listo para cualquier golpe. “Te has ido sin pagar la cuenta” me dice ofuscado. Veo detrás y casi la pierdo de vista. Pago apurado las Caipirinhas, no te quedes con el cambio que te lo pediré cuando vuelva y para la próxima no hagas tanto escándalo que mis amigos aún están en tu local. Huevón. Retomo mi carrera y me sorprendo de mi agilidad. Faltando dos cuadras para alcanzarte grito tu nombre, que hace eco en la calle vacía. Tú sigues caminando y cuando por fin te alcanzo me doy cuenta que sólo eres una chica asustada pensando que soy un depravado. No vayas a gritar por favor, te confundí de persona. De hecho me confundí por completo esta noche.

Cansado y sintiéndome mal por dejar a Catia sola, decido caminar de regreso al bar, pensando en que probablemente Claudio y Adriana estén ahora besándose. Por dármelas de jugador me quedado sin una ni otra. Quizá mi fortuna radique en las oportunidades pero en mi indecisión está mi desgracia. Entro al local y el tipo que me persiguió me alcanza el cambio de los tragos y se disculpa por el mal rato. Está bien, al final no me malograste ningún plan. Veo que la mesa está vacía y en la pista de baile no reconozco a ninguno, ni siquiera están las chicas con las que comenzaron la noche los argentinos. Esto sólo confirma mi infeliz situación. Ahora me queda tomar mi saco y salir al menos dignamente, mañana me tomaré el día libre y tendré tiempo de pensar en detener de una puta vez este estilo de vida. Antes de irme veo la mesa, testigo de lo que ocurrió y no quiero enterarme. Me llama la atención un papelito debajo de una copa vacía: “Fabio: 992533400. See u tomorrow, A.”. Sonrío. Cómo te quedó el ojo, pibe.



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