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Bigote Carrillo [cuento corto]

bigote carrillo

El flaco Torres soltó una carcajada y dio un golpe a la mesa con las dos manos cuando el mesero que nos trajo la segunda ronda de cervezas nos confirmó que el tipo sentado en el otro extremo del local era el legendario "bigote" Carrillo. Me debes la otra ronda, me dijo el flaco, quitándose la corbata con la mano izquierda mientras que con la derecha llenaba su vaso. Ese tío era mi héroe carajo, continuó, nostálgico. Quizás lo fue para todos los que vimos su programa concurso del canal cinco, lleno de bailarinas y cantantes de todo el mundo. Él trajo por primera vez a Héctor Lavoe, dicen que Mercedes Sosa lo recibía como a un hermano cada vez que la visitaba. Éste se ha paseado por todos lados, míralo ahora solito chupando.

A mí me parecía mas bien que estaba tomando una Coca Cola con la tranquilidad de saber que nadie lo iba a reconocer o fastidiar por un autógrafo, mucho menos una foto. Vamos a hablarle, le dije al flaco. Déjalo ahí, por algo querrá estar solo, respondió sin soltar su vaso que acababa de volver a llenar. Nos quedamos conversando por una hora más y lo que me contó el flaco sobre la oficina me dejó más que sorprendido. El flaco se divertía, si te contara compadre esa oficina es un burdel. Yo de reojo veía a Bigote Carrillo cómo vaciaba él solo una botella de ron. Dieron las once de la noche y ya la esposa del flaco le reventaba de llamadas el celular. Cómo jode esta vieja, uno que quiere distraerse un poco. La tuya en cambio te deja tranquilo. Se incorporó un poco tambaleante, sacó su billetera y dejó caer dos billetes de veinte soles. Si sobra algo le pagas una ronda a Bigote, dile que siempre fui su admirador carajo, cuántos recuerdos, es un grande ese Bigote Carrillo. Me dejó una botella entera, secamos de un solo trago nuestros vasos y se fue tarareando una de las canciones con las que comenzaba el show de Bigote, “El Estelar del Cinco”.
 
Habrán sido las seis botellas con el flaco, que el local estaba casi vacío, que las dos únicas mesas con un hombre tomando en solitario eran las de Bigote y la mía, o que no quería volver aún a casa. El hecho es que tomé la botella llena y me acerqué lento para disimular el zigzagueo de mis embriagados pasos. Le saludé como quien saluda a un viejo amigo y para mi sorpresa me invitó a sentarme con él. Se apresuró a llamar al mesero para pedirle otro platito de maní salado y más hielo para su ron. El mismo bigote, la misma sonrisa amplia y relajada, los mismos ojos verdes. Bigote Carrillo no había cambiado en mi mente, aunque la versión que veía ahora era la de un hombre cansado, trajinado, hasta un poco triste. Comenzó a contarme, sin que le pregunte, de sus viajes por todo Estados Unidos, de los carros que se compró para coquetear con las modelos y presentadoras de la época. Me confesó que la brasileña Paula De Oliveira había sido su amante. Cuántas buenas pajas le dediqué a la encantadora Paula, pensé. Bigote no tenía remordimiento en soplar el humo de su habano en mi cara mientras continuaba relatándome sus aventuras. 

Pasaba de los años setenta a los noventa y de los ochenta a los setenta como quien tiene en el bolsillo una maquinita del tiempo para saltar de una década a otra sin despeinarse. Qué buenas épocas, me limité a responderle. No podía haber dicho más. Yo era muy simple a su lado, uno que no había vivido ni mierda. Acariciaba un enorme anillo dorado y por ratos se acordaba de esconder las mangas de su saco, que estaban desgastadas. De pronto su rostro cambió, le brillaron los ojos y le temblaron los dedos. Las mujeres pueden ser tu mejor victoria y tu peor derrota, dijo soplándome su fumada. Que te amen o que te odien, pero que sepan quién eres, sentenció airoso. Hizo una larga pausa, miró su reloj: doce y cuarenta y siete de la noche. Corrió hacia atrás su silla, se levantó con dificultad y me dio dos palmadas en el hombro antes de irse. Cuídate sobrino, muchas gracias. El mesero se apuró en traer mi cuenta y la del gran Bigote Carrillo. Mientras dejaba el dinero sobre la mesa sentí que esa noche no sólo había aprendido algo de mi héroe de niñez, sino también de mí mismo.
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