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Whisky [cuento corto de Navidad]

whisky

Las cosas no andaban del todo bien en el taller de Don Pascual. Una semana atrás durante la madrugada habían entrado a robar -seguramente las llantas alemanas que acababa de comprar- y aunque se percató a tiempo para hacer huir a los ladrones, le habían estropeado la puerta de metal. Boris, su viejo pastor alemán, ni se dio cuenta. Aunque en el pasado había evitado varios tentativos de hurto, ahora estaba cada vez más perezoso y con menos reflejos. Pero Don Pascual no pensaba siquiera en despertarlo, luego de diez años acompañándolo desde las seis de la mañana hasta el fin de la jornada, se merecía todo el descanso  del mundo.

Don Pascual era no solo el mayor sino el mejor entre sus cuatro hermanos en el oficio, el gran sucesor de su padre, experto en echar a andar cualquier motor que le pusieran enfrente. Maestría adquirida con los años que sin embargo se llevaría a la tumba, porque ninguno de sus cinco hijos sintió nunca esa fascinación que tuvo él desde chico de andar todo el día engrasado desarmando complejos sistemas mecánicos o ajustando tuercas porfiadas. Indudablemente el buen Boris haría todo eso perfectamente si pudiera. Siempre estaba listo, sentado y con los ojos brillantes, con la cola azotando el suelo y vistiendo una de sus tantas chaquetas manchadas cual uniforme de trabajo, camisetas viejas a las que Don Pascual le cortaba las mangas. Los clientes al entrar saludaban a ambos con el respeto con el que se saluda a los dueños de un negocio. Las jornadas era más o menos predecibles: radio FM con la única estación que transmitía salsa de la buena, La Rumba; esqueletos de coches que servían para revivir a los recién llegados; Doña Cecilia puntualita a la una de la tarde con el almuerzo para después irse a tomar la siesta; los paseos de Boris al parque cruzando la calle; la cervecita con el compadre que pasa a saludar. Los años trajeron nuevos autos, más clientes y nuevos amigos. Pero él también se sentía agotado, los asistentes que llegaban a ayudarlo se quedaban poco tiempo y luego de aprender lo básico se marchaban. Entonces tenía que hacerlo todo él mismo hasta que aparezca uno nuevo. Estos achaques y el intento de robo de la semana pasada le hacían pensar que no era una buena época en el taller.

Faltando tres días para Navidad, Don Pascual y su nuevo asistente decoraban el frontis del negocio a regañadientes, exigencia de Doña Cecilia. Sino no habría pavo para la cena, había amenazado. Boris en cambio no llegó a la hora de almuerzo, últimamente demoraba  en encontrar su camino de vuelta cuando se iba de paseo al parque. Llegó como a las cuatro de la tarde y con un nuevo amigo. Era un perro joven, un cruce de pastor con siberiano, de pelaje frondoso color blanco y negro. Tenía la mirada un poco triste pero se divertía girando alrededor de Boris, ladrándole y agitando la cola. Estaba algo sucio, con el pelo crecido, no parecía callejero. Al caer la noche, fue presentado al resto de la familia como nuevo miembro y bautizado como Lobo. La mañana siguiente Lobo y Boris vestían orgullosos sus uniformes de trabajo. Los clientes se alegraban de ver al nuevo integrante del equipo e incluso uno regresó con gorritas de Papá Noel para todos. Doña Cecilia sonreía satisfecha, sacaba fotos con su celular y las mandaba a los hijos, que en pocos días llegarían para la gran cena. La llegada de Lobo había traído nuevos aires y el taller tenía otro aspecto, se sentía más vivo.

Llegó el veinticuatro y Don Pascual decidió cambiar de radio para poner villancicos. Llovía pero la gente igual se desplazaba en las calles con la agitación típica de los preparativos navideños. Ese día iba a cerrar temprano para ayudar con la cena y esperar la visita de los hijos y nietos. Pensar en ello siempre lo alegraba. Antes del almuerzo fue a comprar un par de botellas de champan para ofrecer una copita a los clientes que pasasen. De regreso del supermercado reparó en un cartelito pegado en un poste eléctrico. Era la foto de Lobo, que en realidad se llamaba Whisky y tenía una familia que lo estaba buscando. Se quedó un rato mirando el poste, ni siquiera el cartelito, como ordenando sus ideas. Volvió al taller, vio a Boris y Lobo durmiendo mientras el asistente tarareaba un villancico que sonaba en la radio, tomó una correa y sin decir nada a nadie partió con Lobo (o Whisky) que lo miraba confundido con su gorrita de Papá Noel bien puesta. Don Pascual suspiró, le acarició el lomo con ternura y siguió caminando, silbando en el camino el villancico que dejó sonando en la radio.


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Queridos amigos,
Les mando un fuerte abrazo, esperando que pasen una feliz Navidad y que estas historias sigan haciéndoles compañía, las escribo con mucho cariño. Nos encontramos el próximo miércoles con otro #cuentoexpreso
Eduardo*

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