(Capítulo anterior: 2. Volver a verte
Primer capítulo: 1. Fuego interno)
- Disculpe Señor, no se permite el ingreso de la prensa.
- No soy reportero, vengo por mi familia.
- Tiene que esperar en esta sala.
Descontento con la respuesta de la enfermera y angustiado, Alejandro caminó hacia la puerta de salida de la clínica. Vio llegar otra ambulancia con más afectados del incendio. Afuera ya se iba apostando gente de prensa. Miró por el televisor de la sala de recepción la transmisión en vivo del siniestro. Hablaban de una explosión y de decenas de heridos. Y se reconoció corriendo tras la ambulancia en una de las repeticiones.
Estuvo durante unos minutos caminando en círculos esperando una noticia de Paloma o su mamá. Sabía lo que quería en ese momento –verlas bien, recuperadas- pero no sabía cuál sería su reacción o la de ellas cuando se volvieran a ver.
- ¿Alejandro? ¡Alejandro!
- ¡Catherine! Supe lo de tu hermana y tu mamá.
- ¿Sabes algo? – preguntó Catherine sollozando.
- Nada, no me han dejado pasar.
- Paloma me llamó cuando empezó todo, luego perdimos la comunicación. Estoy muy preocupada.
- Tranquila, las trajeron bien rápido y ya las están atendiendo.
Luego de un breve silencio, salió una enfermera de la sala de emergencias.
- ¿Familiares de Paloma y Silvia Odar?
Alejandro y Catherine se acercaron corriendo.
- ¿Ustedes son su familia?
- Sí – afirmaron.
- Hemos trasladado a la señora Odar a cirugía. Tiene fractura en costillas, tibia y un corte leve en la frente. La señorita Paloma ya será dada de alta en una hora.
- ¿Puedo pasar a verla? – Preguntó Catherine.
- Mejor yo me quedo.
Tomándose la cabeza con las manos y con el corazón golpeando su pecho, Alejandro dudó por un instante en entrar a ver a Paloma. Recuerdos malos que lo lastimaron llegaban a su memoria, cayendo como lluvia de granizo. “No es el momento” - pensó. Caminando más despacio, atravesó la puerta hacia una sala con camillas separadas. Lo envolvió el olor característico de un hospital: algodones, suero, alcohol. Hacia la izquierda, casi al final del pasillo estaba recostada una versión frágil de Paloma. La chica que todo lo podía casi al mismo tiempo apretaba la mano de su hermana, inadvertida de la visita que tendría.
Se miraron, ella no se lo esperaba, él mucho menos. Sin decir palabras se envolvieron en un abrazo interminable. No era tiempo de pedir explicaciones.
- ¿Cómo has estado?
- Bien, de un lado para otro trabajando. Tú sabes.
- Claro… Esto ha sido horrible. Sigo temblando.
- Tu mamá y tú van a estar bien, es lo importante – la tranquilizó acariciándole la cabeza.
- Y la casa… - empezó a llorar.
- Es lo de menos, vamos a salir adelante.
- ¿Vamos?
- Es decir, puedes contar conmigo.
- No sé qué decirte, pero me alegra verte.
Alejandro besó la frente de Paloma y se despidió de ella y Catherine. Se puso la cámara nuevamente al cuello y caminó por el pasillo de salida. Pero antes de cruzar la puerta se detuvo, dio media vuelta y se acercó nuevamente a la camilla.
- Pueden venir a mi departamento a pasar la Navidad. Sería un honor recibirlas.
- Gracias, es demasiado lo que estás haciendo. Tengo muchas cosas ahora en la cabeza pero yo te aviso si podemos.
Pasaron los días y Alejandro continuó trabajando por las noches cubriendo siempre incidentes policiales. Volver a ver a Paloma le había despertado emociones encontradas pero prefirió concentrarse en la fotografía, como había hecho durante los últimos cinco meses.
Llegó el martes por la tarde y mientras almorzaba con unos colegas, escuchó timbrar su celular. Era Paloma. Con una sonrisa casi imperceptible, decidió contestar presintiendo que la noche del viernes tendría visitas en su departamento.
CONTINUARÁ...
(Disculpen la demora por la entrega. ¡Diciembre es siempre una locura! Les deseo una feliz noche, estén donde estén sonrían que la vida es un regalo y es irrepetible)
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